Debo confesar este maldito secreto, debo expiar de alguna manera mis culpas y debo hacerlo pronto, antes que mi brazo derecho quede inutilizado por esta perversa afección, esta espantosa herida que amenaza incluso con arrebatarme la existencia.
Mi nombre es Vittorio Cozzi y viajé desde Parma, Italia, el año de 1930 con el fin de desempeñarme en los Ingenios azucareros del norte del Perú. Luego de trabajar en una y otra empresa, me afinqué en Lambayeque, de seguro la más añeja ciudad de fundación española de esta región. La urbe se adaptaba perfectamente a la tranquilidad de mi espíritu; antiguo eje del Perú colonial, ahora reflejo de aquellos prósperos días.
En la historia de la humanidad, hay sucesos que han cambiado radicalmente el curso de la civilización, así en la historia de un hombre algunas experiencias alteran el curso de su vida, en mi caso el hecho que modificó mi existencia fue el conocer a Robert Gilberti.
Motivado por sentirme a gusto en tierra desconocida, busqué descendientes de italianos en Lambayeque y es así que conocí a los Gilberti, linaje que por más de dos centurias habita esta ciudad. Al entablar amistad con estos aristócratas, por afinidad de edad, me hice gran amigo de Robert, él al igual que yo disfrutaba de dar largos paseos por las calles de la urbe.
Sin embargó el transcurrir del tiempo me mostró poco a poco su verdadera personalidad de Robert. La singular gracia que poseía el joven Gilberti al hablar de temas filosóficos y literarios, se vio pronto aplacada por una pasión casi irrefrenable por los temas ocultos, la magia negra, la hechicería, los cultos sincréticos y todas esas excentricidades. Al principio esta afición me pareció un gusto típico de la aristocracia, una “locura” que podía ser tolerada, pero pronto enmudecí al percatarme de que Rober Gilberti, poseía unas facultades extrañísimas, extrasensoriales, habilidades de las cuales él ya me había hablado, pero como mencioné líneas arriba no le había dado mucha importancia.
Una noche muy oscura de otoño, fui a la mansión de los Gilbertí, antigua casona de estilo barroco construida a finales del siglo XVII, al tocar el portón, el mayordomo Julián me hizo pasar, mencionó que los señores no se encontraban y que él único que estaba en casa era el señorito Robert, pero pensaba que se había quedado dormido en la biblioteca, porque aquel recinto tenía la luz apagada; sin embargo le insistí en subir para ver a mi amigo, el sirviente accedió.
Subí por la escalera, y doblé hacia la izquierda, a medida que me acercaba a la biblioteca, oía más claramente la voz de Robert, voz que parecía recitar extraños cánticos, al abrir la puerta de la habitación, encendí la lámpara y efectivamente observé que Robert estaba sentado en la mesa, leyendo en voz alta un grueso volumen; sin embargo me rogó que apagara prontamente la lámpara, ya que una excesiva luminosidad lo hería, al principio no comprendí, le pregunté porqué estaba a oscuras, me respondió que así acostumbraba leer, yo burlonamente solicité me explicará más detalladamente esa afirmación, obviamente en ese instante la consideré una muestra más de su carácter díscolo.
Robert muy prestó me ordenó que tomará un tomo al azar de la inmensa biblioteca y que se lo diera. Luego que se lo alcancé me conminó a apagar la luz y comenzó a leer como si fuera de día, encendí nuevamente la lámpara y tomé al azar otro libro de la inmensa biblioteca y se lo entregué, procedí a dejar a oscuras la habitación, esta vez leyó perfecto y claro un viejo poema.
Iluminé nuevamente la habitación, estaba confundido, pero no convencido aún de su facultad.
¿Sigues dudando? dijo Robert.
No respondí a su pregunta, tomé un papel y escribí, algo que se me ocurrió, apagué la luz y le entregué el mensaje, Robert lo leyó exactamente...
Esa noche descubrí y sin vacilación alguna, que él era un nictálope, es decir poseía la extraña capacidad para poder ver en la oscuridad. Develar esta cualidad del joven heredero, acrecentó mi interés en el muchacho y me convertí en una especie de estudioso de su personalidad...poco a poco fui revelando nuevas extrañezas de su espíritu.
En el verano de 1931, Robert me invitó a explorar unas viejas ruinas en las afueras de la ciudad, idea que me pareció muy buena, ya que siempre estuve interesado en las culturas antiguas.
El nombre de la huaca no la recuerdo, pero se trataba de un antiguo cementerio mochica, al saber que había sido un cementerio cierto resquemor invadió mi mente, pero Robert supo convencerme, y me explicó que nada malo íbamos ha hacer, ni nada nos dañaría en ese olvidado lugar.
¡Anímate hombre! De paso conoces más acerca de estos pueblos y sus extrañas culturas dijo sonriente Robert.
Luego de una larga caminata, la cual nos debe haber tomado por lo menos cuatro horas, llegamos a las ruinas, buscamos un terreno apacible y acampamos, luego de dejar todo listo Robert me indicó que debíamos hallar el sitio adecuado donde excavar, ya que muchas veces se encontraban cosas increíbles en un lugar así.
Después de recorrer los alrededores de la huaca, trepamos una muralla por su parte más baja, entonces ante mis ojos se presentaron numerosas pirámides de barro de pequeña dimensión, Gilberti con su índice me indicó que una pirámide a unos quince metros, seria el lugar adecuado, sin embargo manifestó que deberíamos hacer un ritual, para que los espíritus fueran propicios esa noche y descubriéramos algo de valor.
Robert extrajo de su bolsa un extraño frasco:
¿Qué es eso? pregunté inquieto.
Algo necesario para obtener buenos resultados en estas ocasiones respondió Gilberti y toma, aspíralo por la nariz dijo con voz de autoridad.
Lo que el nictálope, me dio ha aspirar era un preparado de San Pedro, planta alucinógena usada por los hechiceros de la región, para establecer un nexo con los espíritus. Antes de introducirme la droga en el cuerpo vi como Robert lo hacía. Aquella pócima me hizo delirar, empecé a percibir llamaradas alrededor de mi cabeza, entre mis alucinaciones vi a Robert con los brazos alzados en dirección al cielo, luego se puso a danzar alrededor de un pequeño ídolo que también había extraído de su mochila, luego mi visión comenzó a extinguirse, sintiendo en esta momentánea ceguera una sensación atroz de náusea.
Al despertar, era casi el amanecer, tenia un horrible dolor de cabeza, Robert me reanimó con café caliente, y me enseñó los ídolos que había conseguido en la excavación, estaba satisfecho porque era su mejor cosecha en varios meses... ¡Los espíritus habían sido generosos aquella noche!
Mi amistad o mejor dicho aquella mórbida fascinación que comencé a sentir por aquel hombre y sus oscuros conocimientos, siguió, y fui participe de innombrables rituales, nos convertimos en adoradores de los muertos y confesos narcómanos. Muchas veces profanamos las tumbas de jóvenes doncellas lambayecanas, el destino de los cadáveres nunca se supo, de lo único de que se estaría seguro, era de los robos de los mismos, aún así una buena cantidad de dinero se le dio al cuidador del camposanto para que callara, ya que una noche nos descubrió.
No sabría como explicar cómo me dejé llevar por un enfermo así, lo único que puedo alegar en mi defensa era esa poderosa mirada que tenía Robert, su poderosa palabra y esos movimientos casi hipnóticos de sus manos al hablar, factores que disipaban las dudas que tenia sobre los luctuosos hechos que cometíamos, que extraviaban todo rezago de bondad al mancillar de esa forma los cadáveres de las mujeres que hurtábamos del cementerio, y no confesaré por vergüenza, los pormenores...¡Pero imagínense lo peor!
Parecía que cada año me estaba reservado descubrir un nuevo secreto de la mano de Gilberti, en 1931 fueron las ruinas, en 1932 las profanaciones de tumbas, y en 1933 fue descubrir una parte olvidada y derruida de la ciudad.
Siempre que mi extraño amigo iba a darme a conocer algo diferente, me invitaba simplemente a recorrer las calles, esta vez caminamos mucho para llegar hasta el lugar indicado, una campiña detrás de las ruinas que pertenecían a la vieja ciudad. Eran un conjunto de casuchas de lo más paupérrimas, tocamos en la primera puerta, y en pocos segundos nos abrió un miserable viejo, el cual nos invitó a pasar sin decir una sola palabra, solamente lo expresó con gestos.
La estancia estaba alumbrada escasamente con una lámpara de kerosene, lo que la hacía ver aún más sórdida. Un intenso olor a alcohol, tabaco y aromas de hierbas, impregnaba de un hedor insoportable la habitación - describo como inaguantable aquel aroma, para que ustedes lectores se hagan una idea, todo esa ponzoña para mi no tenia nada de extraño, porque ¿qué seria más pestilente que la carne descompuesta de los cadáveres que ayudé a profanar? -, al darme cuenta del tamaño de la habitación, quedé sorprendido de sus extraordinarias dimensiones, puesto que desde fuera parecía ser una pequeña choza como creo haber dicho anteriormente.
Robert saludó a todos los presentes un total de diez personas , presentándome como su colaborador más cercano, la mayoría de ellos gesticularon cortésmente y el que parecía ser el más viejo nos invitó a sentarnos alrededor de la mesa, que no era más que una gruesa tabla colocada encima de tocones de algarrobos.
Ya sentados y libando aguardiente de caña con aquellos personajes, empezaron a contarse historias inverosímiles, narraciones sobre la guerra con Chile, la guerra del Perú con España en 1864 y otras tantas escaramuzas libradas por los ejércitos del país, pues resultaba que algunos de los presentes lucharon en aquellos conflictos, sin embargo cuando le tocó el turno a Don Simón Saldivar, éste me sorprendió, pues contó su participación en algunas batallas que libraron los peruanos para independizarse de la corona española.
¿Cómo puede estar usted vivo? Pregunté incrédulamente. El anciano fijo una mirada en Robert y rió junto con él.
Pues debes de creer amigo mío dijo Robert.
Mira incrédulo habló Atenodoro Suárez, enseñándome numerosas cicatrices en su pecho son heridas hechas por los chilenos, ¡heridas producto de un repase! rió mientras mostraba sus escasos dientes.
Lo que siguió fue una locura, cada uno tratando de mostrar cual de sus heridas fue la más mortal.
La noche se hizo extremadamente larga durante esa reunión, luego tuve tiempo de confirmar punto por punto todo lo dicho por aquellos ancianos; aunque cualquier persona puede leer algún libro e inventar una historia haciéndola sonar como una experiencia propia, nunca sabría por boca de los propios ancianos su verdadera edad.
1934 fue el año que Robert me instruyó en la historia familiar, no aspiro mencionar todos los horribles secretos y la doble vida que habían tenido algunos de los Gilberti. Como era de esperar, el conocimiento sobre esta maldita estirpe lo obtuve en el húmedo panteón familiar.
Agostino Gilberti el más viejo antecesor de la familia, afincado en Lambayeque hacia mediados del siglo XVII, llegó de Italia con una inmensa fortuna no se sabe de donde obtenida, y sin padre ni madre conocidos, él, me dijo Robert fue quien inició la Secreta Secta, pero acoto: “Aún no estas listo para conocerla, ni para familiarizarte con ella”.
Giulano el siguiente de los Gilberti que vivió en Lambayeque, las malas lenguas decían que era la misma persona que Agostino, por no se sabe que secreta magia el viejo Gilberti se reencarnó en su hijo, es decir era Padre e Hijo a la vez, Robert soltó una grotesca carcajada cuando mencionó estas palabras, una sonora risotada que me hizo palidecer, a pesar de haber cometido muchas atrocidades, esa risa me llenó de pavor.
Las barbaridades en la familia eran innumerables: traficantes de esclavos negros, embaucadores, explotadores de indios y de chinos, se mezclaban a la vez con hombres cultos y amantes del arte, personas muy religiosas que con una anquilosada fe trataban de borrar las manchas de su ascendencia, incluso se confundían ambas características en una misma persona, lo que abortaba una hipocresía que hería más que la maldad manifiesta.
En el año de 1935, Robert señaló que yo, ya estaba preparado para conocer a todos los miembros de la Secreta Secta, de algunos ya tenía una noción, pues eran sus familiares; pero existían otros.
¿Quién serian los demás?¿Unos vagabundos como los que conocí tempo atrás? ¿Viajaríamos a otro lugar? Quizá serían amigos de la familia; pero me equivoqué, aquellos “otros” eran muertos, personas que habían dejado de existir, lo supe cuando Robert señaló nuestro retorno al cementerio de la ciudad.
Es así que entramos a la casa de los difuntos, cruzamos el pabellón principal, llegamos a las tumbas en la tierra, más allá, en la última parte del cementerio se alzaba un pequeño cuartel, con cerca de cincuenta sepulturas, mi amigo empezó a señalar a los otros miembros de la Secreta Secta. Él empezó a nombrarlos a todos con voz grave, indicó que eran olvidados por sus familiares, que estos los desconocían por las atrocidades que habían cometido junto a los Gilberti.
Incluso habló más tarde la ciudad entera los desconocerá, y no se construirá nuevo pabellón de nichos cerca de estos, y se pudrirán de viejos, y se caerán a pedazos y llegará un tiempo que los querrán demoler, los ingenuos seguro los utilizarán como material de estudio, pero su vida se llenará de congoja e infelicidad, porque no saben con que tratan diciendo estas palabras sus pupilas se encendieron de una forma difícil de describir.
Al parecer era toda una generación la que había pertenecido a la Secreta Secta, y todos habían muerto casi por el mismo año, de forma salvaje, en terribles accidentes, de raras enfermedades o suicidándose, según me dijo Robert, a pesar de que había transcurrido poco tiempo de su muerte, la capa que cubría un nicho se estaba desplomando y pude ver un ataúd pequeño que me llamó la atención, un niño seguro, le pregunté por él, mi compañero, rió irónicamente y dijo:
¿Niño? Ningún niño, querido Vittorio, ese ser era un enano, uno de los más celebres de nosotros, el más retorcido, ya te enteraras personalmente y de su propia voz de toda su pestilencia y hedor, rápidamente a caído la cubierta que le han colocado los mortales, es su poder que la esta haciendo caer.
Me quedé sin palabras, estuvimos ahí un momento más y nos retiramos, Robert conversó conmigo en el camino de regreso, mencionándome que mi conocimiento estaría completo al escuchar aquellos espectros...¿escuchar? le pregunté, me respondió afirmativamente, no te inquietes, ni me preguntes más, agregó.
Los días sucesivos no vi a mi compañero, al parecer se había ido de viaje, sin embargo su criado indicó, debido a la confianza que me había ganado, que el amo Robert estaba siempre en la Biblioteca y algunas noches salía y llegaba casi al amanecer, y que no deseaba que se le molestara al menos en dos semanas.
Por la información que obtuve del anciano sirviente, deduje que mi “desaparecido” cómplice podría salir por las noches al cementerio, a las viejas casuchas o a las ruinas; es así que esperé pacientemente varios días y monté guardia frente a su casa, escondido entre los matorrales.
La noche del quinto día salió, lo seguí con el mayor sigilo y efectivamente se dirigía al cementerio, continué mi solapada persecución y entré también al fúnebre lugar, él se encaminó hacia los nichos abandonados y comenzó a dirigir sus palabras a las lápidas de aquellos difuntos. ¿Sería sano de mi parte narrar lo que escuché? O ¿Sería una muestra de mi chifladura?
Lo que he referido hasta ahora quizá se podría tomar como las confesiones de una persona que se ha dejado llevar demasiado lejos por un desquiciado, pero lo que presencié y escuché esa noche tiene carácter sobrenatural o demuestra que también he enloquecido.
Así me consideren un desequilibrado, un estúpido, o un morboso perdido en el propio vicio al cual accedí introducirme, debo decirles lo que presencié. Gilberti se aproximó a las tumbas y comenzó a entablar una conversación como si de personas vivas se tratara, preguntaba algo y un coro de voces que se confundían, le respondían. Aquel conjunto era una horrible mezcla de tonos, de voces de hombres, mujeres, animales, canes, cerdos, relinchos, aullidos, risas, voces guturales, voces humanas que proferían ordenes, imprecaciones, blasfemias, ya no pude escuchar más y corrí despavorido del lugar y no me importó si me oían aquellos seres infernales. ¡No me importó!
Dos días no salí de mi habitación, al tercer día Robert, tocó como un desesperado mi puerta, y suplicó que lo dejara entrar, mencionó que tenía algo muy importante que decirme, lo dejé pasar, el hombre estaba visiblemente agitado, con una expresión grotesca en el rostro. Manifestó que pronto ocuparía una jerarquía importante en la Secreta Secta, lo dijo de una forma furibunda, yo le rogué que dejara ya eso, que no era sano, se sintió molesto por mis palabras, me miró con aire de superioridad, y gritó:
¡Sabrás muy pronto que mi entrada a la Secreta Secta será triunfal! yéndose luego rápidamente, traté de alcanzarlo pero fue inútil.
El 11 de febrero de 1935, Robert fue hallado muerto en su habitación, con la cabeza volteada hacia atrás, y su cuerpo violentamente magullado, presentaba huellas de pisadas de animales, como si una piara hubiera pasado por encima de él, toda Lambayeque se enteró del trágico suceso; sin embargo los Gilberti no dejaron que extraños vieran su cadáver. La familia estaba conmovida por su muerte.
Se especuló que se había suicidado, lo cual es ilógico, ¿cómo habría podido voltearse la cabeza a sí mismo? En su mesa de trabajo se había encontrado una nota de puño y letra de Robert, donde decía que deseaba que lo entierren en el panteón, en la zona de los primeros nichos - la zona de la cual les he hablado -.
Comprendí que esa horrible muerte era la entrada triunfal a la Secreta Secta, sin embargo Robert fue enterrado en el panteón familiar.
Mi historia no termina aquí, al parecer una nube negra se ha cernido sobre mi desde que conocí al joven lambayecano. No se que fuerza me impulsó a visitar el cementerio y los viejos nichos otra vez, no se que buscaba, ¿acaso mi mente febril deseaba respuestas? Visité el cementerio por la mañana, pude observar de cerca los nombres de esas personas, nombres que no daré. El sol quemaba como en el mismo infierno ese día y debido a mi irresponsable curiosidad quizá atraído por una misteriosa influencia me acerqué demasiado a una de aquellas lápidas y fui picado por un grotesco insecto, una inmensa avispa, la cual aplicó su ponzoña en mi brazo derecho, haciéndome retroceder inmediatamente, alejándome adolorido de aquel lugar.
Embarcado en este crucero de regreso a mi patria, debo terminar mi narración. En Lambayeque antes de partir, visité a un medico, que se rió de mi, cuando le enseñé mi herida, ya que él no veía nada fuera de lo normal en mi brazo, y comentó que seguramente era una confusión producida por el consumo de drogas alucinógenas o por haber sido amigo de un demente como Robert Gilberti.
Fin.
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2 comentarios:
4@Me gusto tu relato, fantastico? quizas pero, creo en los inimaginables poderes de toda mente humana. Gracias por compartirlo.
interesante!
muy bueno.
saludos desde españa.
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