martes, 26 de agosto de 2008

En las Ruinas - Paúl Muro

Sentado en esta milenaria ruina, de una olvidada y quizá maldita civilización, suelo recordar aquel espectral ser, que surge de la noche, y que habita las sombras, esta presencia tal vez no sea de éste mundo, éste espíritu domina las ruinas, vive en la soledad; pero se alimenta de la vida humana...
Mi nombre, es Augusto Claudio, pertenezco a la estirpe de los Gilberti, familia que quizá esté llegando a su eclipse total, espero morir y no ver eso. Mi linaje, es una casta corrupta, sería muy extenso narrarles todas las atrocidades que conozco de mi familia, y deseo que eso nunca se llegue a develar.
He sufrido la muerte de mi hermano Robert, una despedida de este mundo, macabra, espantosa, que llenó mi alma de congoja; sin embargo he tenido que soportar el acompañar al doctor de la familia a disimular las horribles heridas que dejaron casi sin forma humana a mi hermano. Nunca va terminar este luto
Como si lo de mi hermano fuera poco, mi sobrina Anastasia murió también presa de una locura inconcebible, lamentable; no obstante también estuve dando valor a los demás miembros de mi casa.
Así como muchos de los Gilberti, yo también cargó una maldición, que estoy dispuesto a relatar, antes de quedar sin habla, ensimismado en mis pensamientos.
Desde mi tempana infancia he sido muy aficionado a los libros, en ellos hallé un regocijo que ninguna otra actividad me dio, leí ávidamente las historias de antiguas civilizaciones, grandes conquistas y exploraciones temerarias, producto de todas estas estimulantes lecturas, un día de 1937, decidí explorar los restos arqueológicos de muchos arcaicos pueblos que antes de la llegada de los colonos ibéricos, gobernaron estas tierras.
Mi primera exploración, la hice a unas ruinas cercanas a la ciudad, en esta primera ocasión me dejé acompañar de mi criado, un mulato llamado Amadoro Monsalve, de unos 20 años, muchacho de confianza y siempre presto, si se trataba de viajar y conocer lugares. Aquel territorio no nos deparó demasiadas emociones, intentamos excavar y obtener algunos huacos,  ceramios de gran valor que se hallan en las ruinas de las antiguas culturas amerindias , pero luego de trabajar cerca de cuatro horas, no obtuvimos nada.
Tentamos suerte un poco más lejos, en la huaca llamada “Chotuna”, se contaban extrañas historias de este lugar, se dice que en sus profundidades fueron enterrados vivos hace mucho, una princesa y su hijo, producto de una relación no consentida con un español, y que en cierta época del año, se escuchan sus lamentos. Los naturales de estas regiones muestran un cierto respeto y temor a esta oscura leyenda, por lo que sólo se atreven a huaquear cuando es semana santa, nosotros no quisimos atentar, ni desautorizar las viejas tradiciones y así lo hicimos, exploramos esta antigua construcción un viernes santo. La “cosecha” de ídolos y objetos varios fue buena, Amadoro, fue quien más objetos consiguió.
El siguiente punto de nuestras exploraciones fue Apurlec, una célebre huaca situada a varios kilómetros al norte de Lambayeque, centro ceremonial de la cultura Mochica, el resultado fue también gratificante, para ese entonces teníamos una respetable colección de huacos, los cuales estudiábamos con esmero, nos sorprendíamos con las curiosas e innumerables formas que los nativos les habían dado a estos objetos, casi representaban todas las actividades humanas, y un tipo especial de ellos, los huaco retratos plasmaban con una exactitud los rasgos faciales de los pobladores del norte de este país. Los huacos retratos mostraban todos los sentimientos del alma humana, la alegría, la tristeza, el odio, la melancolía, etc.
Fuimos a varias huacas más, del norte o del sur, alejadas o cercanas del mar, lugares muy recónditos o aledaños a centros urbanos, con edificaciones derruidas o en perfecto estado de conservación, y en una de ellas, cuyo nombre no debo decir  nadie debe conocerla a excepción mía , descubrí una curiosa efigie, que mostraba un hombre lechuza, objeto de barro que causó un tremendo efecto en mi, traté de preguntar por esa curiosa entidad a un campesino, quien en una inexplicable reacción, mezcla de temor y desdén, lo alejó de si, y me dijo que no debía averiguar quien era ese ser, palabras que me extrañaron sobremanera; pero que las tomé como parte del folklore del pueblo.
Contemplaba y contemplaba aquel misterioso ídolo...sus formas eran extrañas... su simetría única y sus colores profundos, no sabría describirlos con exactitud, traté con varios campesinos intentando de descubrir su verdadero significado, a quién representaba, o qué poder tenía aquella figura y porqué causaba aquel encantamiento en mi.
Luego de tanto buscar y buscar, al fin encontré a una persona que me contó algo acerca de ese ídolo, el hombre que me lo dijo se llamaba Eusebio Tocmoche y había pasado gran parte de su vida huaqueando en las ruinas de Lambayeque, en sus múltiples años como saqueador de tumbas, nunca esperó encontrarse con el ídolo que yo poseía.
Al mostrárselo, su expresión cambió repentinamente, en su rostro se dibujó una mezcla de asombro y pavor. Me preguntó:
 ¿Dónde lo ha encontrado?
 No te lo pienso decir hasta que me digas todo cuanto sabes de este ídolo  le contesté.
 ¿Ha escuchado hablar de la leyenda del cacique Tan Cun?  dijo el indio, mirándome fijamente con sus ojos negros, que parecían haber vivido muchas vidas.
 No, en absoluto  respondí.
 Cuenta la leyenda que una vez, hace mucho tiempo, vivía y era un gran señor, un cacique de nombre Tan Cun, cuya maldad era proverbial, y como todo lo que se siembra se cosecha y en cantidad, cuando le llegó la hora de la muerte, a su lado no tuvo a ninguna persona; sólo una lechuza cantó en el momento justo en que expiró.
Quise interrumpirle, pero no pude decir palabra alguna, él siguió hablando:
 Ahí no termina la historia, entre nosotros se sabe una parte que por lo general no se cuenta, es guardada en el más estricto secreto, ese ídolo que tu tienes, alguna vez se vio en las manos del cacique Tan Cun, unos decían que era el que influenciaba la perversión en él...
 Pero, ¿a qué dios representa?  inquirí impaciente.
 Los abuelos dicen que es una entidad que vaga en las antiguas ruinas, que devora el alma de los hombres, los encanta, llevándolos a la perdición, los que se han topado con aquel ser, no han regresado, nadie sabe cuál es su nombre, sólo que cerca de algunas ruinas se escucha un hips - hips  al hacer este sonido, el brujo mostró una expresión de desagrado , dicen que ese es su grito, y si una persona encuentra ese ídolo, no podrá nunca deshacerse de él, por más que lo arroje a lo más profundo del mar, es una maldición.
El hombre se despidió de mí, mirándome con gesto compasivo, y me rogó que nunca más lo buscara.
No le di credibilidad a las palabras de aquel indio, con lo que me dijo sólo podría estar seguro del valor de aquella imagen, sabía que era algo especial, expliqué mi fascinación por lo singular de sus características.
En la ciudad de Lambayeque, busqué a algún aficionado a la arqueología, pero no encontré a ninguno.
Viajé a Lima, seguro el Director del museo nacional y otros investigadores me podrían dar alguna luz sobre tan misterioso objeto, ellos tendrían la respuesta, aunque algo dentro de mi decía que actuará con sigilo, no deseaba que me quitaran mi valiosa prenda.
Me entrevisté con el director del Museo Nacional, y luego de conversar de mis hallazgos en Lambayeque, le mostré el valioso huaco, se mostró inmediatamente impresionado, diría fascinado por aquella pieza, tanto que casi me la arrebata de las manos.
Permanecimos toda una mañana, revisándolo y comparándolo con otros objetos del catálogo, pero no hallamos algo, ni siquiera remotamente parecido.
Al final de la jornada el arqueólogo, tomó varias fotos al objeto y me dijo que consultaría más pacientemente aquel ídolo y que si estaba en disposición de dejarlo unos días, para que un grupo de expertos se encarguen de él. Mi oposición fue rotunda, pero le manifesté que volvería al día siguiente para continuar con la investigación.
Salí del museo intrigado, caminé mucho aquella mañana, siempre pensando en aquel huaco, tanto pensaba en él que el mundo exterior casi se hizo invisible para mi, caminaba como en un ensueño, el tiempo transcurría, olvidé la dirección de la pensión donde me hospedaba, me fue muy difícil recordarla, al final vencido por el cansancio pude llegar, el día terminó sin alejar de mi mente el objeto que guardaba celosamente en mi cartera.
Al día siguiente, al volver para averiguar que se sabia de nuevo sobre la efigie, me hallé con una amarga sorpresa: Resulta que el arqueólogo, con el que me entrevisté ya no pertenecía al mundo de los vivos, me dijeron que estuvo trabajando hasta muy tarde en su oficina y fue atropellado por un automóvil a la salida misma del museo. Pregunté por la investigación sobre el huaco que llevé y por las fotos que él había tomado, pero nadie me supo dar respuesta sobre ello.
Reparado de la tristeza que me produjo saber lo del arqueólogo, me dirigí al otro museo, el renombrado Museo de Arte Pre Colombino, estaba seguro que aquí si hallaría respuesta. Llegué al edificio y me entrevisté con Rafael Hoyle, persona afable que reaccionó de igual forma al ver la extraña figura, me preguntó donde lo había conseguido, teniendo yo que inventarle una mentira, no deseaba dar a conocer el sitio exacto de mi hallazgo. Aquella persona me dijo lo mismo que la otra, que no existe en los catálogos algo ni siquiera cercano en parecido a lo que yo le estaba mostrando esa mañana. Mencionando que ya no debería investigar más sobre el asunto, automáticamente le respondí que es deber de todo científico averiguar todo acerca de su objeto de estudio.
 Si es así vuelva mañana, estoy seguro que mañana sabrá más de esta misteriosa figura.  Dijo Hoyle.
A la mañana siguiente y muy temprano fui al Museo, me atendió la recepcionista, muy animado le pregunté por el señor Rafael Hoyle, mi sorpresa no fue menor, cuando me dijo que esa persona no trabajaba allí y que le era desconocida, me puse como loco, le dije que el día anterior, habíamos hablado, le indiqué la oficina, de Hoyle, que resultó ser un almacén. Permanecí unos minutos sentado en la recepción, sin saber que decir, ni adonde ir, ¿quién fue esa persona?
Me retiré del Museo y nuevamente perdí el sentido de la ubicación, estaba extraviado en la gran urbe, me dolía la cabeza, me había afectado tremendamente los dos últimos sucesos, deambulé por varias calles y barriadas, hasta que por fin recordé el lugar donde había alquilado un cuarto, cómo estaba muy lejos, tomé un transporte que me llevara rápidamente, al llegar a la calle, ¡Sorpresa!¡El edificio entero estaba en llamas! ¡La gente salía como podía! ¡La desesperación cundía¡ Los bomberos no se explicaban tamaño incendio.
Traté de ayudar en algo, de socorrer a algún necesitado. Entré venciendo las llamaradas y la inmensa humareda, cogí a un niño que lloriqueaba y tosía producto del humo, lo saqué del edificio en llamas, pero era ya demasiado tarde, el monóxido de carbono había hecho mella en su organismo, el niño agonizaba, trató de hablar, acerqué mi oído, para evitar que se esfuerce más, esto fue lo que dijo:
 ¡ Debes llevarlo allá a donde pertenece, no desea estar más aquí ! ¡ Debes llevarlo !
 ¿Qué debo llevar?¿Qué?
 El ídolo, lleva el ídolo.
Y expiró.
Los siguientes días fueron de locura, angustia y desesperanza, tenía encima mío una maldición, una nube negra, una enfermedad incurable, no habían sido coincidencias todo lo que me pasó en Lima.
Al volver a Lambayeque, mi criado había desaparecido de forma inexplicable, se llevó sus cosas y nunca más volvió. Intenté deshacerme del ídolo sin resultado alguno, lo arrojé al mar encadenado a un inmenso peso, pero al regresar a mi casa estaba esperándome en mi habitación, lo enterré, traté de destruirlo, quemarlo, nada. ¡ Nada dio resultado !
Una esperanza muy tenue se acercó a mi mente, quizá si lo enterrara en el mismo lugar donde la había hallado. ¡ Si ! ¡ Si quizá esa sería lo solución ! Me dije a mi mismo tratando por todos los medios de disimular u opacar mi infortunio.
Tomé al ídolo, lo coloqué en mi bolsa, y me encaminé hacia aquella maldita huaca. En el camino me topé con unos indios que al verme cerca, se alejaron lo más posible de mí, se santiguaron y me gritaron, que no me dirija hacia esas ruinas, que mi alma estaría perdida si iba allá. Pero yo estaba tratando de deshacerme de aquella efigie, y si no lo lograba mi vida se extinguiría sin remedio, según lo que me dijo aquel indio.
Faltaban dos horas antes que el sol cayera, cuando llegué a aquel fatídico lugar, atravesé aquellos murallones de barro, cuando empezó a soplar un fuerte viento, levantando la arena a todo mi derredor, unas granos entraron en mis ojos, suprimiendo momentáneamente mi visión. Mientras me frotaba las vistas, sentí que alguien o mejor dicho algo estaba detrás mío, el miedo no me dejó pensar en quien sería y corrí, pero ¡infortunio! ¡Al hacerlo me adentraba más en aquella maligna huaca! Lo que me perseguía volaba tras de mi, más silencioso que una sombra, la muerte alada pensé, hasta que de pronto, ¡escuché aquel hips - hips del que tanto me habían hablado! ¡Aquel chillido agudo, llamada del inframundo! La deidad del huaco que encontré, la maldición que volaba sobre mí, el hips - hips provenía de ella. No pude soportar más esa persecución y retrocedí a ver lo que me perseguía, al menos si moría, quería saber cuál era el rostro de aquel espectro...
...Al voltear, lo único que mi limitada visión humana vio, fue una criatura de inmenso tamaño, de color desconocido y de dos grandes ojos, que me dominaban mucho más que aquel ídolo maldito, fueron escasos segundos los que pude observar a aquel ser, hasta que de pronto reparé que mantenía en una de sus manos, un polvo semejante a la ceniza, que lo sopló directamente a mi cara, cegándome por completo, los minutos siguientes no los recuerdo, sólo logro traer a mi memoria, que desperté en el cauce de una acequia, pidiendo ayuda, rogando que alguien me auxiliara.
Desde esa fecha, no puedo pasar un día sin visitar este maldito sepulcro, no logró entender como sobreviví si otros en mi lugar murieron; sin embargo permanezco esclavo de estas antiguas y envejecidas ruinas.
Fin

1 comentario:

gaviotadetierra dijo...

Sé que un no lejano día visitaré Lambayeque, claro si la ONG accionambientalperu me confirma la convocación ya hecha.
Siempre pensé en la magia peruana, el año pasado dos veces estuve en Lima en Barranco.
Y cuando vuelva , trabajaré en las sierras, pero, nadie me impidirá recorrer ese territorio enigmático para mi llamado Lambayeque.