martes, 26 de agosto de 2008

RAKTU - Paul Muro

 ¿Aquí sucedió todo?  dijo la muchacha, mirando a su derredor un tanto inquieta.
 Si aquí fue hija  respondió el hombre, y su rostro trató de no impresionarse demasiado con aquella vetusta y enigmática mansión  Fue hace ya mucho tiempo  continúo hablando el señor que frisaba ya los cincuenta años  y no me imaginaba que iba a volver.
 Cuéntame cómo fue aquello, ¿si?  dijo la señorita.
 Si, pero quedémonos en este patio, no entremos más allá de aquella puerta  señaló con el dedo un portón, cuyas hojas se hallaban cerradas con una gruesa y oxidada cadena  quedémonos acá, quedémonos pequeña.
 Si, a mi también me produce una extraña sensación este caserón, acá nos quedamos, pero dime, ¿cuál es la verdadera historia?
Corrían los años cincuenta en la ciudad de Lambayeque  Empezó a narrar Grimaldo , yo alumno de la Universidad Nacional, cursaba en ese entonces el VI ciclo de Zoología y llevaba un interesante curso de Mastozoología  ciencia que se encarga del estudio de los mamíferos  con el profesor Eduardo Casablanca.
Era mi maestro un hombre afable, de unos respetables cincuenta años, pelo negro, contextura delgada y poseía una irrefrenable capacidad para la conversación. Entre los méritos académicos del profesor Casablanca estaban los de haber cursado estudios en Universidades extranjeras, lo que le había hecho ganarse el respeto de sus similares y ser una autoridad en cuanto a quirópteros se refiere.
Un día de abril de 1952, entré a la oficina del distinguido profesor Casablanca.
 Buenos días profesor, ¿me permite conversar con usted?  dije tímidamente.
 Si, pasa, ¿de qué quieres hablar?  respondió Casablanca.
Me he enterado de su intención de realizar una investigación acerca de murciélagos en Lambayeque, ¿es así?  pregunté yo.
Efectivamente, estoy necesitando colaboradores, ¿te animas?  se expresó el profesor  si deseas apúntate aquí  dijo acercándome un lapicero y un hoja en blanco.
Luego de mi inscripción para el proyecto, acordé con el profesor acerca de cómo deberíamos proceder para la investigación, la cita sería dos días después en la misma universidad, nos acompañaría en la primera “salida de campo” el otro inscrito Ezequiel Ramírez, compañero mío en la Universidad.
El día fijado para la reunión llegó, la cita era a las ocho y media de la mañana en el despacho del profesor. Al llegar yo y mi compañero, encontramos al profesor arreglando su oficina. Nos indicó que nos sentáramos, inmediatamente se sentó en su cómodo escritorio y nos dirigió la palabra:
 Bueno muchachos, para este pequeño proyecto no necesitó más voluntarios, mi intención es hacer un muestreo piloto de que especies de murciélagos existen en Lambayeque, y saber de una vez por todas si existe el Desmodus rotundus, el legendario “vampiro”.
No pudimos dejar de mostrar una expresión de asombró en nuestros rostros.
 ¿Les parece extraño?  preguntó el profesor.
 Un poco  dije yo.
 Lo que sucede que Aldo ha leído muchas historias góticas  dijo en tono sarcástico mi compañero.
 No es eso, si que simplemente me parece extraño.
 Que no te parezca extraño y olvida esas historias, recuerda que somos científicos y además no te parezca tan increíble que esos animales existan en Lambayeque, se han reportado casos de extrañas marcas en el ganado en los pueblos aledaños.
Lo miré escéptico. El profesor me miró y dijo:
 Dejémonos de prejuicios y escuchen el plan que he trazado para esta investigación, ¿están de acuerdo?
Asentimos afirmativamente y prestamos atención acercándonos más al escritorio.
 Cómo ustedes sabrán en Lambayeque hay varias casonas antiguas, algo abandonadas, sobre todo los segundos pisos, y he escuchado a muchas personas hablar de murciélagos en sus casas, es así que empezaremos por esta calle  dijo, a la vez que extendía el plano de la ciudad de Lambayeque  primero la calle 28 de julio, luego la 2 de mayo, lugar a donde se encuentra la Iglesia Mayor, luego la calle ocho de octubre, la calle Junín y posteriormente las tres calles perpendiculares a estas, es decir la calle Bolognesi, Grau y la calle San Martín.
Luego de sus instrucciones, partimos llevando con nosotros, el equipo que el profesor creyó necesario, una cámara fotográfica, guantes para atrapar a los especimenes para la identificación taxonómica y el plano de la ciudad.
En la calle 28 de Julio, visitamos las casas de la familia Echevarria, Buendía y Orbegozo, eran estas residencias, antiguas casas coloniales, que databan del siglo XVIII, todas las primeras coincidieron haber visto alguna vez a murciélagos revoloteando por su casa; pero en ninguna hallamos a una colonia.
Al repasar las principales casonas de la cale dos de mayo, tuvimos más suerte, encontramos a un grupo de 6 especimenes en la casona Barreto, de la cual capturamos a un especimen y en la casona Saavedra hallamos en el abandonado segundo piso una colonia más numerosa, de doce individuos, aquí capturamos dos quirópteros. Punto aparte fue la Iglesia San Pedro, antiquísima muestra de arte barroco, pues atrás del altar mayor en un ambiente sumamente oscuro, húmedo y enfrentado a un hedor a antiguas tumbas, hallamos a un numeroso grupo de murciélagos, pudiendo atrapar a sólo dos animales, debido a la inaccesibilidad de los demás.
Por ese día era todo, para ser la primera jornada habíamos tenido bastante éxito y muy pronto consultando las claves y haciendo un minucioso trabajo e incentivados por el profesor Casablanca, lograríamos determinar la o las especies de murciélagos que habitaban Lambayeque.
La siguiente semana la pasamos en el laboratorio de mastozoología de la universidad, examinando las características de los animales capturados y comparándolos con los manuales.
Un día de la semana en que trabajamos para clasificar a los especimenes colectados, el profesor me pregunto:
 ¿Crees en los vampiros Aldo?
 Los vampiros son murciélagos pertenecientes al genero...
 No, no los vampiros de las novelas, de los cuentos de terror.
 No sabría decirle...
 Hay algo de dudas en ti, creer en aquellos seres es casi como creer que dios existe, o creer en lo que la biblia dice, ¿no?
 Quizá sea como usted dice...
 ¿Sabes cuál es lo más gracioso de esas historias?
 ¿Qué cosa profesor?
 Que las principales novelas de vampiros desde el “El Vampiro” de John Stagg, hasta el conocidísimo Drácula de Bram Stocker, nos hablan de un personaje que toma la forma del vampiro, siendo el vampiro un animal endémico de Sudamérica, una gran exactitud ¿no crees?
 Si, es cierto..
Mi compañero que en ese momento se encontraba comparando un individuo recogido la semana anterior nos quedó mirando con una ligera sonrisa de burla en los labios.
Los individuos que encontramos en las casonas pertenecían todos a la familia Vespertilionidae, pudiendo identificar también la especie, se trataba del Myotis nigricans o murciélago negruzco común.
Los días siguientes entraríamos en contacto con el hecho que trastocaría nuestras vidas y que oscurece hasta ahora mi espíritu.
El profesor Casablanca nos condujo esta vez a la calle ocho de octubre, intentaríamos estudiar tres casonas, la primera la casona Rivadeneyra, la segunda era la vivienda de los Urbina - Ramos y la tercera era la casi abandona mansión Gilberti.
A los primeros edificios entramos y examinamos su interior sin ningún inconveniente, recibimos el mismo trato afable que en las veces anteriores; sin embargo al llegar a la casona Morillo, y al tocar la puerta nos atendió un mayordomo, y al comunicarle nosotros nuestras intenciones nos dijo que sería imposible que pasásemos adentro de la mansión y menos con el fin que habíamos manifestado.
Nos fuimos decepcionados y un tanto extrañados, pero antes de terminar de doblar hacia la siguiente calle, para continuar nuestro recorrido, un anciano de aspecto maligno e intención dudosa, nos detuvo.
 ¡ Oigan, esperen !
Nos detuvimos...
 ¿Qué desea?  dijo el profesor.
 Me llamo Víctor, Víctor Siancas, ¿son ustedes los profesores que están averiguando sobre los vampiros?
 Si, efectivamente yo soy el profesor Casablanca y estos  dijo el profesor señalándonos  mis alumnos.
 Discúlpenme, deseo decirles algo, ¿podemos seguir caminando?
 Si, caminemos  dijo Casablanca.
 Aunque les parezca extraño, conozco varias cosas, seguro que ustedes ya las han escuchado, me refiero a lo que se habla de los Gilberti, aquí en Lambayeque, mire yo he sido vecino de ellos desde hace mucho tiempo, he presenciado muchas cosas, que podrían volver loco al más equilibrado, si y lo estoy viendo en su cara profesor, parezco un demente...¿por qué no me he ido? Mi condición económica lastimosamente no me lo permite, supondrán que mi pequeño taller de zapatería no me reporta unos dividendos suficientes como para mudarme lejos.
 Si lo comprendemos  dijo Casablanca  ¿pero que tenemos que ver con todo eso? Sólo deseamos conocer hechos concretos, algo que nos sirva para nuestro trabajo, no queremos saber de habladurías pueblerinas, ¿comprende?
 Si, se dicen muchas cosas de ellos, tampoco deseo decirles lo que me supongo no es de su interés, si de murciélagos se trata he visto muchos entrar a esa vetusta casa, pero él nunca los dejara entrar, tienen muchas cosas que ocultar; sin embargo mi casa colinda con su casa, mi tejado con su tejado, al menos en una parte, si desean podrían entrar por ahí...
 ¡ Ni lo piense !  Dijo exaltado el profesor  mire tenemos interés por aquellos animales, pero no somos delincuentes, si él no desea que investiguemos en su casa, pues problema de él...y ahora si no tiene otra cosa que decirnos, le agradezco su intento de colaborar con nosotros.
Nos despedimos del viejo, francamente nos creaba desconfianza, por encima de lo que se decía de los Gilberti, ¿cuáles serían las verdaderas intenciones del hombre?
Seguimos caminando hacia la calle Junín, a investigar dos nuevos sitios, dos nuevas casonas, tuvimos relativa suerte, aquellos especimenes que colectamos ese día eran de otra especie, se trataba del Myotis riparius o murcielaguito acanelado, también como el otro se trataba de especies insectívoras, el profesor de hallaba muy contento.
Enviando los resultados de los análisis que habíamos hecho, pregunté al profesor quien era el Gilberti que se hallaba en aquella casona.
 Es el último de los Gilberti, al menos en Lambayeque, se llama Ernesto Gilberti, se volvió un ermitaño luego de que su familia tuvo un fin trágico, un extraño destino, su hermano mayor Augusto Claudio, arqueólogo aficionado, llegó a adquirir una especie de fijación patológica, con las huacas Mochicas, muchos dicen que se perdió en una de ellas, su otro hermano Robert, murió atrozmente, se suicido. Lo peor para Ernesto fue la locura de su hija Anastasia, luego su mujer no pudo soportar y se separó de el, los demás miembros, también lo abandonaron, trasladaron sus pertenencias a Lima, e incluso se dice que algunos cambiaron legalmente su apellido, no querían tener ese estigma sobre si, eso es lo concreto que se de los Gilberti, no confió en las habladurías de la gente, y tu tampoco lo debes hacer.
Los días transcurrieron en la laboratorio, examinando el resto de animales colectados, un día el profesor se ausentó, Ezequiel y yo tomamos una decisión equivocada, que trastocó toda mi vida, hablamos de visitar la vieja casa Gilberti, y examinar sus interiores en busca de los murciélagos que pudieran encontrarse allí, conociendo el caserón que por muchos años, muy pocos conocieron.
Nos entrevistamos con aquel zapatero que días atrás conversó con nosotros, nos enseñó su modesta vivienda, en la cual pudimos descubrir el punto de unión de esta con el caserón Gilberto, era una pared alta que se comunicaba directamente con un gran patio intermedio, el viejo nos habló muchas cosas de los Gilberti, cosas que debieron hacernos reflexionar, hechos que debieron hacernos persistir en este intento; pero más pudo nuestra insaciable curiosidad, a veces pienso que lo de los murciélagos fue sólo un pretexto, subconscientemente estábamos seducidos por descubrir, vivir algo insólito, sobrenatural.
 ¡ Quiero que desaparezcan de una vez por todas esos malditos bichos, temo de que algún día me lleven !
Subimos ayudados por una escalera, primero Ezequiel, luego yo, hasta la pared alta, de ahí sólo un metro nos separamos de la pared contigua de la casa Gilberti. Ezequiel me ayudó a encararme encima del tejado y observar lo que había en aquel patio, aquella mañana, no observamos gran cosa, teníamos cierto resquemor a pesar de nuestro iniciativo atrevimiento. La vivienda estaba en un estado de completo abandono, como si nadie viviera en ella, por allí muebles sucios, fragmentos de ropa por otro lado, polvo por todas partes, aparentemente no había nadie.
Nuestro segundo intento amparado también por aquel zapatero, que nuevamente nos contó historias atroces sobre lo que había oído durante años a través de la pared, y sobre lo que su padre había escuchado también. Seguimos el mismo procedimiento de la vez anterior, esta vez trataríamos de caminar a través de la pared e internarnos más allá en la casa, esta vez miramos debajo del tejado y pudimos percatarnos que había una gran colonia de murciélagos; sin embargo estaba muy lejos como para poder hacernos con algunos ejemplares, era sin duda el más grande número que habíamos visto en casona alguna. No nos atrevimos a más aquel día.
La tercera vez estábamos en la disposición de aunque sea fotografiar esas grandes colonias de murciélagos, trepamos por la pared, de pronto, escuchamos pasos, metimos la cabeza a fin de que no nos vieran; sin embargo mi amigo asomó más de lo que debía la cabeza para ver de quien eran aquellas pisadas, ¡ no se cómo ! ¡ No lo sé ! ¡No se cómo pasó! ¡ Con una increíble rapidez, vi una mano tomar por los cabellos a mi amigo y llevarlo hacia abajo ! ¡Tan pronto fue, tan pronto que no me dio tiempo a ayudarlo !¡ Todo estaba perdido ! Luego de unos segundos se escuchó un grito escalofriante, era mi compañero, luego un golpe seco, el ruido de un cuerpo de destroza al caer al suelo. Inmediatamente me bajé, era un manojo de nervios y no se como le pude contar todo al anciano, que estuvo atento a nuestras acciones...
 ¡ Ha sido Gilberti! ¡ Ha sido ese maldito !  decía el viejo a voz en cuello.
 ¡ No lo se ! ¿Cómo podríamos probarlo? ¡ No tiene lógica !  respondí yo.
Mi cabeza era un acumulo de ideas confusas, angustia y culpabilidad, pero todo fue tan pronto que no pude evitar la muerte de mi amigo, pero ¿qué le diríamos a la policía? Era físicamente imposible que aquel hombre haya dado un salto de cinco metros para traerse abajo a mi compañero, ¿de qué manera podría yo probar algo tan descabellado?
Los días siguientes fueron muy penosos para mi, las explicaciones que di traté de que no revelaran lo que vi, no quería que me consideraran un loco, el profesor Casablanca concluyó el proyecto, no es necesario decir que estaba fuera de si con todo lo sucedido. El zapatero respaldo mi versión del descuido de mi amigo al caer, sabíamos que entraríamos en más problemas asegurando la otra versión.
Debo decir que la policía no se convenció en una parte del relato, ya que nosotros aseguramos que el mismo día que fuimos a denunciar el hecho, fue el día en que cayó mi amigo, no lo creyeron, ya que el cadáver presentaba signos evidentes de descomposición, como si tuviera varios días de haber muerto. Nunca tuvo explicación aquel suceso.
Quedé muy conmovido por la muerte de mi compañero, asustado de insignificantes cosas, sombras o ruidos que veía o escuchaba, sentía esa mano que me jalaba desde mis sueños, escuchaba constantemente el ruido que hizo el cuerpo de amigo al caer, percibía un constante aleteo de murciélagos alrededor de mi cuarto. ¡ Estaba volviéndome loco !
Visité nuevamente al zapatero, era el único que me podría entender, lo encontré arreglando sus cosas, estaba de salida, ya no viviría más en su humilde vivienda, estaba como un loco, de aquí para allá, le dije que quería observar nuevamente, quería saber que había más allá de aquel patio, me dijo que no. No se cuanto tiempo transcurrió para tratar de convencerlo, sólo me dijo que el sostendría la escalera una vez más, y por muy poco tiempo, estaba muy asustado.
Realmente no había un motivo cuerdo para hacer lo que hice, simplemente tenía deseos de hacerlo, sabía que podía terminar como mi amigo pero no me importó, ¿realmente que fue lo que pasó?
Nuevamente me subí a la pared y caminé unos cuantos pasos, tratando de hacer equilibrio, ¡ oi nuevamente los pasos ! Esta vez sonaban más cansados, más castigados que la vez anterior, como si llevaran unas gruesas cadenas, una gran condena..me agaché y agazapé como pude, sin embargo la sombra me vio...supuse que era Ernesto Gilberto, parecía como de cien años, algunos me dijeron luego, que eran las penas que lo habían hecho así, eran más cercano a una sombra que a una persona, el personaje volteo y me observó con unos ojos ya sin vida, de sus labios salió una grotesca voz que preguntó: ¡ Nadie me ha visto sin recibir una marca indeleble ! ¡Estúpido ingenuo! ¿No sabes quién soy yo? ¡¡ SOY RAKTU !! ¡ Y luego al terminar de decir esto su cuerpo se transformó en una sombra que al acercarse a mi se convirtió en docenas de murciélagos ! Perdí el equilibrio y caí al interior de la casa del zapatero, sin embargo en algo fui amortiguado con los trebejos que el viejo había arrumado para partir.
Recuperado del golpe, no supe que decir, el viejo no había oído nada, no había escuchado la enfermiza voz que salió de los labios de aquel monstruo; no obstante creyó cuanto le manifesté, sabía tantas cosas de ellos que no le extrañaba en lo absoluto mi historia. Al final las pesadillas me persiguieron un buen tiempo, me vi en la necesidad de irme de la ciudad, no podía respirar tranquilo en Lambayeque.
Al terminar de relatar su historia, se escuchó un leve aleteo, más ninguno de los dos supieron decir de que lugar venía.
 Es mejor que nos vayamos hija, no debemos seguir tentando a la sombra que todavía mora aquí.
Los visitantes terminaron abandonando el viejo caserón.
Fin.

En las Ruinas - Paúl Muro

Sentado en esta milenaria ruina, de una olvidada y quizá maldita civilización, suelo recordar aquel espectral ser, que surge de la noche, y que habita las sombras, esta presencia tal vez no sea de éste mundo, éste espíritu domina las ruinas, vive en la soledad; pero se alimenta de la vida humana...
Mi nombre, es Augusto Claudio, pertenezco a la estirpe de los Gilberti, familia que quizá esté llegando a su eclipse total, espero morir y no ver eso. Mi linaje, es una casta corrupta, sería muy extenso narrarles todas las atrocidades que conozco de mi familia, y deseo que eso nunca se llegue a develar.
He sufrido la muerte de mi hermano Robert, una despedida de este mundo, macabra, espantosa, que llenó mi alma de congoja; sin embargo he tenido que soportar el acompañar al doctor de la familia a disimular las horribles heridas que dejaron casi sin forma humana a mi hermano. Nunca va terminar este luto
Como si lo de mi hermano fuera poco, mi sobrina Anastasia murió también presa de una locura inconcebible, lamentable; no obstante también estuve dando valor a los demás miembros de mi casa.
Así como muchos de los Gilberti, yo también cargó una maldición, que estoy dispuesto a relatar, antes de quedar sin habla, ensimismado en mis pensamientos.
Desde mi tempana infancia he sido muy aficionado a los libros, en ellos hallé un regocijo que ninguna otra actividad me dio, leí ávidamente las historias de antiguas civilizaciones, grandes conquistas y exploraciones temerarias, producto de todas estas estimulantes lecturas, un día de 1937, decidí explorar los restos arqueológicos de muchos arcaicos pueblos que antes de la llegada de los colonos ibéricos, gobernaron estas tierras.
Mi primera exploración, la hice a unas ruinas cercanas a la ciudad, en esta primera ocasión me dejé acompañar de mi criado, un mulato llamado Amadoro Monsalve, de unos 20 años, muchacho de confianza y siempre presto, si se trataba de viajar y conocer lugares. Aquel territorio no nos deparó demasiadas emociones, intentamos excavar y obtener algunos huacos,  ceramios de gran valor que se hallan en las ruinas de las antiguas culturas amerindias , pero luego de trabajar cerca de cuatro horas, no obtuvimos nada.
Tentamos suerte un poco más lejos, en la huaca llamada “Chotuna”, se contaban extrañas historias de este lugar, se dice que en sus profundidades fueron enterrados vivos hace mucho, una princesa y su hijo, producto de una relación no consentida con un español, y que en cierta época del año, se escuchan sus lamentos. Los naturales de estas regiones muestran un cierto respeto y temor a esta oscura leyenda, por lo que sólo se atreven a huaquear cuando es semana santa, nosotros no quisimos atentar, ni desautorizar las viejas tradiciones y así lo hicimos, exploramos esta antigua construcción un viernes santo. La “cosecha” de ídolos y objetos varios fue buena, Amadoro, fue quien más objetos consiguió.
El siguiente punto de nuestras exploraciones fue Apurlec, una célebre huaca situada a varios kilómetros al norte de Lambayeque, centro ceremonial de la cultura Mochica, el resultado fue también gratificante, para ese entonces teníamos una respetable colección de huacos, los cuales estudiábamos con esmero, nos sorprendíamos con las curiosas e innumerables formas que los nativos les habían dado a estos objetos, casi representaban todas las actividades humanas, y un tipo especial de ellos, los huaco retratos plasmaban con una exactitud los rasgos faciales de los pobladores del norte de este país. Los huacos retratos mostraban todos los sentimientos del alma humana, la alegría, la tristeza, el odio, la melancolía, etc.
Fuimos a varias huacas más, del norte o del sur, alejadas o cercanas del mar, lugares muy recónditos o aledaños a centros urbanos, con edificaciones derruidas o en perfecto estado de conservación, y en una de ellas, cuyo nombre no debo decir  nadie debe conocerla a excepción mía , descubrí una curiosa efigie, que mostraba un hombre lechuza, objeto de barro que causó un tremendo efecto en mi, traté de preguntar por esa curiosa entidad a un campesino, quien en una inexplicable reacción, mezcla de temor y desdén, lo alejó de si, y me dijo que no debía averiguar quien era ese ser, palabras que me extrañaron sobremanera; pero que las tomé como parte del folklore del pueblo.
Contemplaba y contemplaba aquel misterioso ídolo...sus formas eran extrañas... su simetría única y sus colores profundos, no sabría describirlos con exactitud, traté con varios campesinos intentando de descubrir su verdadero significado, a quién representaba, o qué poder tenía aquella figura y porqué causaba aquel encantamiento en mi.
Luego de tanto buscar y buscar, al fin encontré a una persona que me contó algo acerca de ese ídolo, el hombre que me lo dijo se llamaba Eusebio Tocmoche y había pasado gran parte de su vida huaqueando en las ruinas de Lambayeque, en sus múltiples años como saqueador de tumbas, nunca esperó encontrarse con el ídolo que yo poseía.
Al mostrárselo, su expresión cambió repentinamente, en su rostro se dibujó una mezcla de asombro y pavor. Me preguntó:
 ¿Dónde lo ha encontrado?
 No te lo pienso decir hasta que me digas todo cuanto sabes de este ídolo  le contesté.
 ¿Ha escuchado hablar de la leyenda del cacique Tan Cun?  dijo el indio, mirándome fijamente con sus ojos negros, que parecían haber vivido muchas vidas.
 No, en absoluto  respondí.
 Cuenta la leyenda que una vez, hace mucho tiempo, vivía y era un gran señor, un cacique de nombre Tan Cun, cuya maldad era proverbial, y como todo lo que se siembra se cosecha y en cantidad, cuando le llegó la hora de la muerte, a su lado no tuvo a ninguna persona; sólo una lechuza cantó en el momento justo en que expiró.
Quise interrumpirle, pero no pude decir palabra alguna, él siguió hablando:
 Ahí no termina la historia, entre nosotros se sabe una parte que por lo general no se cuenta, es guardada en el más estricto secreto, ese ídolo que tu tienes, alguna vez se vio en las manos del cacique Tan Cun, unos decían que era el que influenciaba la perversión en él...
 Pero, ¿a qué dios representa?  inquirí impaciente.
 Los abuelos dicen que es una entidad que vaga en las antiguas ruinas, que devora el alma de los hombres, los encanta, llevándolos a la perdición, los que se han topado con aquel ser, no han regresado, nadie sabe cuál es su nombre, sólo que cerca de algunas ruinas se escucha un hips - hips  al hacer este sonido, el brujo mostró una expresión de desagrado , dicen que ese es su grito, y si una persona encuentra ese ídolo, no podrá nunca deshacerse de él, por más que lo arroje a lo más profundo del mar, es una maldición.
El hombre se despidió de mí, mirándome con gesto compasivo, y me rogó que nunca más lo buscara.
No le di credibilidad a las palabras de aquel indio, con lo que me dijo sólo podría estar seguro del valor de aquella imagen, sabía que era algo especial, expliqué mi fascinación por lo singular de sus características.
En la ciudad de Lambayeque, busqué a algún aficionado a la arqueología, pero no encontré a ninguno.
Viajé a Lima, seguro el Director del museo nacional y otros investigadores me podrían dar alguna luz sobre tan misterioso objeto, ellos tendrían la respuesta, aunque algo dentro de mi decía que actuará con sigilo, no deseaba que me quitaran mi valiosa prenda.
Me entrevisté con el director del Museo Nacional, y luego de conversar de mis hallazgos en Lambayeque, le mostré el valioso huaco, se mostró inmediatamente impresionado, diría fascinado por aquella pieza, tanto que casi me la arrebata de las manos.
Permanecimos toda una mañana, revisándolo y comparándolo con otros objetos del catálogo, pero no hallamos algo, ni siquiera remotamente parecido.
Al final de la jornada el arqueólogo, tomó varias fotos al objeto y me dijo que consultaría más pacientemente aquel ídolo y que si estaba en disposición de dejarlo unos días, para que un grupo de expertos se encarguen de él. Mi oposición fue rotunda, pero le manifesté que volvería al día siguiente para continuar con la investigación.
Salí del museo intrigado, caminé mucho aquella mañana, siempre pensando en aquel huaco, tanto pensaba en él que el mundo exterior casi se hizo invisible para mi, caminaba como en un ensueño, el tiempo transcurría, olvidé la dirección de la pensión donde me hospedaba, me fue muy difícil recordarla, al final vencido por el cansancio pude llegar, el día terminó sin alejar de mi mente el objeto que guardaba celosamente en mi cartera.
Al día siguiente, al volver para averiguar que se sabia de nuevo sobre la efigie, me hallé con una amarga sorpresa: Resulta que el arqueólogo, con el que me entrevisté ya no pertenecía al mundo de los vivos, me dijeron que estuvo trabajando hasta muy tarde en su oficina y fue atropellado por un automóvil a la salida misma del museo. Pregunté por la investigación sobre el huaco que llevé y por las fotos que él había tomado, pero nadie me supo dar respuesta sobre ello.
Reparado de la tristeza que me produjo saber lo del arqueólogo, me dirigí al otro museo, el renombrado Museo de Arte Pre Colombino, estaba seguro que aquí si hallaría respuesta. Llegué al edificio y me entrevisté con Rafael Hoyle, persona afable que reaccionó de igual forma al ver la extraña figura, me preguntó donde lo había conseguido, teniendo yo que inventarle una mentira, no deseaba dar a conocer el sitio exacto de mi hallazgo. Aquella persona me dijo lo mismo que la otra, que no existe en los catálogos algo ni siquiera cercano en parecido a lo que yo le estaba mostrando esa mañana. Mencionando que ya no debería investigar más sobre el asunto, automáticamente le respondí que es deber de todo científico averiguar todo acerca de su objeto de estudio.
 Si es así vuelva mañana, estoy seguro que mañana sabrá más de esta misteriosa figura.  Dijo Hoyle.
A la mañana siguiente y muy temprano fui al Museo, me atendió la recepcionista, muy animado le pregunté por el señor Rafael Hoyle, mi sorpresa no fue menor, cuando me dijo que esa persona no trabajaba allí y que le era desconocida, me puse como loco, le dije que el día anterior, habíamos hablado, le indiqué la oficina, de Hoyle, que resultó ser un almacén. Permanecí unos minutos sentado en la recepción, sin saber que decir, ni adonde ir, ¿quién fue esa persona?
Me retiré del Museo y nuevamente perdí el sentido de la ubicación, estaba extraviado en la gran urbe, me dolía la cabeza, me había afectado tremendamente los dos últimos sucesos, deambulé por varias calles y barriadas, hasta que por fin recordé el lugar donde había alquilado un cuarto, cómo estaba muy lejos, tomé un transporte que me llevara rápidamente, al llegar a la calle, ¡Sorpresa!¡El edificio entero estaba en llamas! ¡La gente salía como podía! ¡La desesperación cundía¡ Los bomberos no se explicaban tamaño incendio.
Traté de ayudar en algo, de socorrer a algún necesitado. Entré venciendo las llamaradas y la inmensa humareda, cogí a un niño que lloriqueaba y tosía producto del humo, lo saqué del edificio en llamas, pero era ya demasiado tarde, el monóxido de carbono había hecho mella en su organismo, el niño agonizaba, trató de hablar, acerqué mi oído, para evitar que se esfuerce más, esto fue lo que dijo:
 ¡ Debes llevarlo allá a donde pertenece, no desea estar más aquí ! ¡ Debes llevarlo !
 ¿Qué debo llevar?¿Qué?
 El ídolo, lleva el ídolo.
Y expiró.
Los siguientes días fueron de locura, angustia y desesperanza, tenía encima mío una maldición, una nube negra, una enfermedad incurable, no habían sido coincidencias todo lo que me pasó en Lima.
Al volver a Lambayeque, mi criado había desaparecido de forma inexplicable, se llevó sus cosas y nunca más volvió. Intenté deshacerme del ídolo sin resultado alguno, lo arrojé al mar encadenado a un inmenso peso, pero al regresar a mi casa estaba esperándome en mi habitación, lo enterré, traté de destruirlo, quemarlo, nada. ¡ Nada dio resultado !
Una esperanza muy tenue se acercó a mi mente, quizá si lo enterrara en el mismo lugar donde la había hallado. ¡ Si ! ¡ Si quizá esa sería lo solución ! Me dije a mi mismo tratando por todos los medios de disimular u opacar mi infortunio.
Tomé al ídolo, lo coloqué en mi bolsa, y me encaminé hacia aquella maldita huaca. En el camino me topé con unos indios que al verme cerca, se alejaron lo más posible de mí, se santiguaron y me gritaron, que no me dirija hacia esas ruinas, que mi alma estaría perdida si iba allá. Pero yo estaba tratando de deshacerme de aquella efigie, y si no lo lograba mi vida se extinguiría sin remedio, según lo que me dijo aquel indio.
Faltaban dos horas antes que el sol cayera, cuando llegué a aquel fatídico lugar, atravesé aquellos murallones de barro, cuando empezó a soplar un fuerte viento, levantando la arena a todo mi derredor, unas granos entraron en mis ojos, suprimiendo momentáneamente mi visión. Mientras me frotaba las vistas, sentí que alguien o mejor dicho algo estaba detrás mío, el miedo no me dejó pensar en quien sería y corrí, pero ¡infortunio! ¡Al hacerlo me adentraba más en aquella maligna huaca! Lo que me perseguía volaba tras de mi, más silencioso que una sombra, la muerte alada pensé, hasta que de pronto, ¡escuché aquel hips - hips del que tanto me habían hablado! ¡Aquel chillido agudo, llamada del inframundo! La deidad del huaco que encontré, la maldición que volaba sobre mí, el hips - hips provenía de ella. No pude soportar más esa persecución y retrocedí a ver lo que me perseguía, al menos si moría, quería saber cuál era el rostro de aquel espectro...
...Al voltear, lo único que mi limitada visión humana vio, fue una criatura de inmenso tamaño, de color desconocido y de dos grandes ojos, que me dominaban mucho más que aquel ídolo maldito, fueron escasos segundos los que pude observar a aquel ser, hasta que de pronto reparé que mantenía en una de sus manos, un polvo semejante a la ceniza, que lo sopló directamente a mi cara, cegándome por completo, los minutos siguientes no los recuerdo, sólo logro traer a mi memoria, que desperté en el cauce de una acequia, pidiendo ayuda, rogando que alguien me auxiliara.
Desde esa fecha, no puedo pasar un día sin visitar este maldito sepulcro, no logró entender como sobreviví si otros en mi lugar murieron; sin embargo permanezco esclavo de estas antiguas y envejecidas ruinas.
Fin

La Secreta Secta - Paul Muro

Debo confesar este maldito secreto, debo expiar de alguna manera mis culpas y debo hacerlo pronto, antes que mi brazo derecho quede inutilizado por esta perversa afección, esta espantosa herida que amenaza incluso con arrebatarme la existencia.
Mi nombre es Vittorio Cozzi y viajé desde Parma, Italia, el año de 1930 con el fin de desempeñarme en los Ingenios azucareros del norte del Perú. Luego de trabajar en una y otra empresa, me afinqué en Lambayeque, de seguro la más añeja ciudad de fundación española de esta región. La urbe se adaptaba perfectamente a la tranquilidad de mi espíritu; antiguo eje del Perú colonial, ahora reflejo de aquellos prósperos días.
En la historia de la humanidad, hay sucesos que han cambiado radicalmente el curso de la civilización, así en la historia de un hombre algunas experiencias alteran el curso de su vida, en mi caso el hecho que modificó mi existencia fue el conocer a Robert Gilberti.
Motivado por sentirme a gusto en tierra desconocida, busqué descendientes de italianos en Lambayeque y es así que conocí a los Gilberti, linaje que por más de dos centurias habita esta ciudad. Al entablar amistad con estos aristócratas, por afinidad de edad, me hice gran amigo de Robert, él al igual que yo disfrutaba de dar largos paseos por las calles de la urbe.
Sin embargó el transcurrir del tiempo me mostró poco a poco su verdadera personalidad de Robert. La singular gracia que poseía el joven Gilberti al hablar de temas filosóficos y literarios, se vio pronto aplacada por una pasión casi irrefrenable por los temas ocultos, la magia negra, la hechicería, los cultos sincréticos y todas esas excentricidades. Al principio esta afición me pareció un gusto típico de la aristocracia, una “locura” que podía ser tolerada, pero pronto enmudecí al percatarme de que Rober Gilberti, poseía unas facultades extrañísimas, extrasensoriales, habilidades de las cuales él ya me había hablado, pero como mencioné líneas arriba no le había dado mucha importancia.
Una noche muy oscura de otoño, fui a la mansión de los Gilbertí, antigua casona de estilo barroco construida a finales del siglo XVII, al tocar el portón, el mayordomo Julián me hizo pasar, mencionó que los señores no se encontraban y que él único que estaba en casa era el señorito Robert, pero pensaba que se había quedado dormido en la biblioteca, porque aquel recinto tenía la luz apagada; sin embargo le insistí en subir para ver a mi amigo, el sirviente accedió.
Subí por la escalera, y doblé hacia la izquierda, a medida que me acercaba a la biblioteca, oía más claramente la voz de Robert, voz que parecía recitar extraños cánticos, al abrir la puerta de la habitación, encendí la lámpara y efectivamente observé que Robert estaba sentado en la mesa, leyendo en voz alta un grueso volumen; sin embargo me rogó que apagara prontamente la lámpara, ya que una excesiva luminosidad lo hería, al principio no comprendí, le pregunté porqué estaba a oscuras, me respondió que así acostumbraba leer, yo burlonamente solicité me explicará más detalladamente esa afirmación, obviamente en ese instante la consideré una muestra más de su carácter díscolo.
Robert muy prestó me ordenó que tomará un tomo al azar de la inmensa biblioteca y que se lo diera. Luego que se lo alcancé me conminó a apagar la luz y comenzó a leer como si fuera de día, encendí nuevamente la lámpara y tomé al azar otro libro de la inmensa biblioteca y se lo entregué, procedí a dejar a oscuras la habitación, esta vez leyó perfecto y claro un viejo poema.
Iluminé nuevamente la habitación, estaba confundido, pero no convencido aún de su facultad.
 ¿Sigues dudando?  dijo Robert.
No respondí a su pregunta, tomé un papel y escribí, algo que se me ocurrió, apagué la luz y le entregué el mensaje, Robert lo leyó exactamente...
Esa noche descubrí y sin vacilación alguna, que él era un nictálope, es decir poseía la extraña capacidad para poder ver en la oscuridad. Develar esta cualidad del joven heredero, acrecentó mi interés en el muchacho y me convertí en una especie de estudioso de su personalidad...poco a poco fui revelando nuevas extrañezas de su espíritu.
En el verano de 1931, Robert me invitó a explorar unas viejas ruinas en las afueras de la ciudad, idea que me pareció muy buena, ya que siempre estuve interesado en las culturas antiguas.
El nombre de la huaca no la recuerdo, pero se trataba de un antiguo cementerio mochica, al saber que había sido un cementerio cierto resquemor invadió mi mente, pero Robert supo convencerme, y me explicó que nada malo íbamos ha hacer, ni nada nos dañaría en ese olvidado lugar.
 ¡Anímate hombre! De paso conoces más acerca de estos pueblos y sus extrañas culturas  dijo sonriente Robert.
Luego de una larga caminata, la cual nos debe haber tomado por lo menos cuatro horas, llegamos a las ruinas, buscamos un terreno apacible y acampamos, luego de dejar todo listo Robert me indicó que debíamos hallar el sitio adecuado donde excavar, ya que muchas veces se encontraban cosas increíbles en un lugar así.
Después de recorrer los alrededores de la huaca, trepamos una muralla por su parte más baja, entonces ante mis ojos se presentaron numerosas pirámides de barro de pequeña dimensión, Gilberti con su índice me indicó que una pirámide a unos quince metros, seria el lugar adecuado, sin embargo manifestó que deberíamos hacer un ritual, para que los espíritus fueran propicios esa noche y descubriéramos algo de valor.
Robert extrajo de su bolsa un extraño frasco:
 ¿Qué es eso?  pregunté inquieto.
 Algo necesario para obtener buenos resultados en estas ocasiones  respondió Gilberti  y toma, aspíralo por la nariz  dijo con voz de autoridad.
Lo que el nictálope, me dio ha aspirar era un preparado de San Pedro, planta alucinógena usada por los hechiceros de la región, para establecer un nexo con los espíritus. Antes de introducirme la droga en el cuerpo vi como Robert lo hacía. Aquella pócima me hizo delirar, empecé a percibir llamaradas alrededor de mi cabeza, entre mis alucinaciones vi a Robert con los brazos alzados en dirección al cielo, luego se puso a danzar alrededor de un pequeño ídolo que también había extraído de su mochila, luego mi visión comenzó a extinguirse, sintiendo en esta momentánea ceguera una sensación atroz de náusea.
Al despertar, era casi el amanecer, tenia un horrible dolor de cabeza, Robert me reanimó con café caliente, y me enseñó los ídolos que había conseguido en la excavación, estaba satisfecho porque era su mejor cosecha en varios meses... ¡Los espíritus habían sido generosos aquella noche!
Mi amistad o mejor dicho aquella mórbida fascinación que comencé a sentir por aquel hombre y sus oscuros conocimientos, siguió, y fui participe de innombrables rituales, nos convertimos en adoradores de los muertos y confesos narcómanos. Muchas veces profanamos las tumbas de jóvenes doncellas lambayecanas, el destino de los cadáveres nunca se supo, de lo único de que se estaría seguro, era de los robos de los mismos, aún así una buena cantidad de dinero se le dio al cuidador del camposanto para que callara, ya que una noche nos descubrió.
No sabría como explicar cómo me dejé llevar por un enfermo así, lo único que puedo alegar en mi defensa era esa poderosa mirada que tenía Robert, su poderosa palabra y esos movimientos casi hipnóticos de sus manos al hablar, factores que disipaban las dudas que tenia sobre los luctuosos hechos que cometíamos, que extraviaban todo rezago de bondad al mancillar de esa forma los cadáveres de las mujeres que hurtábamos del cementerio, y no confesaré por vergüenza, los pormenores...¡Pero imagínense lo peor!
Parecía que cada año me estaba reservado descubrir un nuevo secreto de la mano de Gilberti, en 1931 fueron las ruinas, en 1932 las profanaciones de tumbas, y en 1933 fue descubrir una parte olvidada y derruida de la ciudad.
Siempre que mi extraño amigo iba a darme a conocer algo diferente, me invitaba simplemente a recorrer las calles, esta vez caminamos mucho para llegar hasta el lugar indicado, una campiña detrás de las ruinas que pertenecían a la vieja ciudad. Eran un conjunto de casuchas de lo más paupérrimas, tocamos en la primera puerta, y en pocos segundos nos abrió un miserable viejo, el cual nos invitó a pasar sin decir una sola palabra, solamente lo expresó con gestos.
La estancia estaba alumbrada escasamente con una lámpara de kerosene, lo que la hacía ver aún más sórdida. Un intenso olor a alcohol, tabaco y aromas de hierbas, impregnaba de un hedor insoportable la habitación - describo como inaguantable aquel aroma, para que ustedes lectores se hagan una idea, todo esa ponzoña para mi no tenia nada de extraño, porque ¿qué seria más pestilente que la carne descompuesta de los cadáveres que ayudé a profanar? -, al darme cuenta del tamaño de la habitación, quedé sorprendido de sus extraordinarias dimensiones, puesto que desde fuera parecía ser una pequeña choza como creo haber dicho anteriormente.
Robert saludó a todos los presentes  un total de diez personas , presentándome como su colaborador más cercano, la mayoría de ellos gesticularon cortésmente y el que parecía ser el más viejo nos invitó a sentarnos alrededor de la mesa, que no era más que una gruesa tabla colocada encima de tocones de algarrobos.
Ya sentados y libando aguardiente de caña con aquellos personajes, empezaron a contarse historias inverosímiles, narraciones sobre la guerra con Chile, la guerra del Perú con España en 1864 y otras tantas escaramuzas libradas por los ejércitos del país, pues resultaba que algunos de los presentes lucharon en aquellos conflictos, sin embargo cuando le tocó el turno a Don Simón Saldivar, éste me sorprendió, pues contó su participación en algunas batallas que libraron los peruanos para independizarse de la corona española.
 ¿Cómo puede estar usted vivo?  Pregunté incrédulamente. El anciano fijo una mirada en Robert y rió junto con él.
 Pues debes de creer amigo mío  dijo Robert.
 Mira incrédulo  habló Atenodoro Suárez, enseñándome numerosas cicatrices en su pecho  son heridas hechas por los chilenos, ¡heridas producto de un repase!  rió mientras mostraba sus escasos dientes.
Lo que siguió fue una locura, cada uno tratando de mostrar cual de sus heridas fue la más mortal.
La noche se hizo extremadamente larga durante esa reunión, luego tuve tiempo de confirmar punto por punto todo lo dicho por aquellos ancianos; aunque cualquier persona puede leer algún libro e inventar una historia haciéndola sonar como una experiencia propia, nunca sabría por boca de los propios ancianos su verdadera edad.
1934 fue el año que Robert me instruyó en la historia familiar, no aspiro mencionar todos los horribles secretos y la doble vida que habían tenido algunos de los Gilberti. Como era de esperar, el conocimiento sobre esta maldita estirpe lo obtuve en el húmedo panteón familiar.
Agostino Gilberti el más viejo antecesor de la familia, afincado en Lambayeque hacia mediados del siglo XVII, llegó de Italia con una inmensa fortuna no se sabe de donde obtenida, y sin padre ni madre conocidos, él, me dijo Robert fue quien inició la Secreta Secta, pero acoto: “Aún no estas listo para conocerla, ni para familiarizarte con ella”.
Giulano el siguiente de los Gilberti que vivió en Lambayeque, las malas lenguas decían que era la misma persona que Agostino, por no se sabe que secreta magia el viejo Gilberti se reencarnó en su hijo, es decir era Padre e Hijo a la vez, Robert soltó una grotesca carcajada cuando mencionó estas palabras, una sonora risotada que me hizo palidecer, a pesar de haber cometido muchas atrocidades, esa risa me llenó de pavor.
Las barbaridades en la familia eran innumerables: traficantes de esclavos negros, embaucadores, explotadores de indios y de chinos, se mezclaban a la vez con hombres cultos y amantes del arte, personas muy religiosas que con una anquilosada fe trataban de borrar las manchas de su ascendencia, incluso se confundían ambas características en una misma persona, lo que abortaba una hipocresía que hería más que la maldad manifiesta.
En el año de 1935, Robert señaló que yo, ya estaba preparado para conocer a todos los miembros de la Secreta Secta, de algunos ya tenía una noción, pues eran sus familiares; pero existían otros.
¿Quién serian los demás?¿Unos vagabundos como los que conocí tempo atrás? ¿Viajaríamos a otro lugar? Quizá serían amigos de la familia; pero me equivoqué, aquellos “otros” eran muertos, personas que habían dejado de existir, lo supe cuando Robert señaló nuestro retorno al cementerio de la ciudad.
Es así que entramos a la casa de los difuntos, cruzamos el pabellón principal, llegamos a las tumbas en la tierra, más allá, en la última parte del cementerio se alzaba un pequeño cuartel, con cerca de cincuenta sepulturas, mi amigo empezó a señalar a los otros miembros de la Secreta Secta. Él empezó a nombrarlos a todos con voz grave, indicó que eran olvidados por sus familiares, que estos los desconocían por las atrocidades que habían cometido junto a los Gilberti.
 Incluso  habló  más tarde la ciudad entera los desconocerá, y no se construirá nuevo pabellón de nichos cerca de estos, y se pudrirán de viejos, y se caerán a pedazos y llegará un tiempo que los querrán demoler, los ingenuos seguro los utilizarán como material de estudio, pero su vida se llenará de congoja e infelicidad, porque no saben con que tratan  diciendo estas palabras sus pupilas se encendieron de una forma difícil de describir.
Al parecer era toda una generación la que había pertenecido a la Secreta Secta, y todos habían muerto casi por el mismo año, de forma salvaje, en terribles accidentes, de raras enfermedades o suicidándose, según me dijo Robert, a pesar de que había transcurrido poco tiempo de su muerte, la capa que cubría un nicho se estaba desplomando y pude ver un ataúd pequeño que me llamó la atención, un niño seguro, le pregunté por él, mi compañero, rió irónicamente y dijo:
 ¿Niño? Ningún niño, querido Vittorio, ese ser era un enano, uno de los más celebres de nosotros, el más retorcido, ya te enteraras personalmente y de su propia voz de toda su pestilencia y hedor, rápidamente a caído la cubierta que le han colocado los mortales, es su poder que la esta haciendo caer.
Me quedé sin palabras, estuvimos ahí un momento más y nos retiramos, Robert conversó conmigo en el camino de regreso, mencionándome que mi conocimiento estaría completo al escuchar aquellos espectros...¿escuchar? le pregunté, me respondió afirmativamente, no te inquietes, ni me preguntes más, agregó.
Los días sucesivos no vi a mi compañero, al parecer se había ido de viaje, sin embargo su criado indicó, debido a la confianza que me había ganado, que el amo Robert estaba siempre en la Biblioteca y algunas noches salía y llegaba casi al amanecer, y que no deseaba que se le molestara al menos en dos semanas.
Por la información que obtuve del anciano sirviente, deduje que mi “desaparecido” cómplice podría salir por las noches al cementerio, a las viejas casuchas o a las ruinas; es así que esperé pacientemente varios días y monté guardia frente a su casa, escondido entre los matorrales.
La noche del quinto día salió, lo seguí con el mayor sigilo y efectivamente se dirigía al cementerio, continué mi solapada persecución y entré también al fúnebre lugar, él se encaminó hacia los nichos abandonados y comenzó a dirigir sus palabras a las lápidas de aquellos difuntos. ¿Sería sano de mi parte narrar lo que escuché? O ¿Sería una muestra de mi chifladura?
Lo que he referido hasta ahora quizá se podría tomar como las confesiones de una persona que se ha dejado llevar demasiado lejos por un desquiciado, pero lo que presencié y escuché esa noche tiene carácter sobrenatural o demuestra que también he enloquecido.
Así me consideren un desequilibrado, un estúpido, o un morboso perdido en el propio vicio al cual accedí introducirme, debo decirles lo que presencié. Gilberti se aproximó a las tumbas y comenzó a entablar una conversación como si de personas vivas se tratara, preguntaba algo y un coro de voces que se confundían, le respondían. Aquel conjunto era una horrible mezcla de tonos, de voces de hombres, mujeres, animales, canes, cerdos, relinchos, aullidos, risas, voces guturales, voces humanas que proferían ordenes, imprecaciones, blasfemias, ya no pude escuchar más y corrí despavorido del lugar y no me importó si me oían aquellos seres infernales. ¡No me importó!
Dos días no salí de mi habitación, al tercer día Robert, tocó como un desesperado mi puerta, y suplicó que lo dejara entrar, mencionó que tenía algo muy importante que decirme, lo dejé pasar, el hombre estaba visiblemente agitado, con una expresión grotesca en el rostro. Manifestó que pronto ocuparía una jerarquía importante en la Secreta Secta, lo dijo de una forma furibunda, yo le rogué que dejara ya eso, que no era sano, se sintió molesto por mis palabras, me miró con aire de superioridad, y gritó:
 ¡Sabrás muy pronto que mi entrada a la Secreta Secta será triunfal!  yéndose luego rápidamente, traté de alcanzarlo pero fue inútil.
El 11 de febrero de 1935, Robert fue hallado muerto en su habitación, con la cabeza volteada hacia atrás, y su cuerpo violentamente magullado, presentaba huellas de pisadas de animales, como si una piara hubiera pasado por encima de él, toda Lambayeque se enteró del trágico suceso; sin embargo los Gilberti no dejaron que extraños vieran su cadáver. La familia estaba conmovida por su muerte.
Se especuló que se había suicidado, lo cual es ilógico, ¿cómo habría podido voltearse la cabeza a sí mismo? En su mesa de trabajo se había encontrado una nota de puño y letra de Robert, donde decía que deseaba que lo entierren en el panteón, en la zona de los primeros nichos - la zona de la cual les he hablado -.
Comprendí que esa horrible muerte era la entrada triunfal a la Secreta Secta, sin embargo Robert fue enterrado en el panteón familiar.
Mi historia no termina aquí, al parecer una nube negra se ha cernido sobre mi desde que conocí al joven lambayecano. No se que fuerza me impulsó a visitar el cementerio y los viejos nichos otra vez, no se que buscaba, ¿acaso mi mente febril deseaba respuestas? Visité el cementerio por la mañana, pude observar de cerca los nombres de esas personas, nombres que no daré. El sol quemaba como en el mismo infierno ese día y debido a mi irresponsable curiosidad  quizá atraído por una misteriosa influencia  me acerqué demasiado a una de aquellas lápidas y fui picado por un grotesco insecto, una inmensa avispa, la cual aplicó su ponzoña en mi brazo derecho, haciéndome retroceder inmediatamente, alejándome adolorido de aquel lugar.
Embarcado en este crucero de regreso a mi patria, debo terminar mi narración. En Lambayeque antes de partir, visité a un medico, que se rió de mi, cuando le enseñé mi herida, ya que él no veía nada fuera de lo normal en mi brazo, y comentó que seguramente era una confusión producida por el consumo de drogas alucinógenas o por haber sido amigo de un demente como Robert Gilberti.
Fin.

La advertencia - Paul Muro

 ¿Desde cuándo está así?  preguntó el doctor Gil.
 Desde hace dos semanas, ¿cómo lo encuentra?  preguntó la tía, acerca de la salud del pequeño Juan, de cinco años.
 Esto desafía mis conocimientos médicos, tiene fiebre y pierde muchos líquidos. Para detener esos síntomas, le he aplicado los antibióticos recomendados en estos casos, no obstante la infección no cede, ¿ha comido algo fuera de lo normal?  sonsacó el galeno, profundamente preocupado, se sentía impotente, incapaz de solucionar un problema que podría considerarse común.
 ¿No se puede hacer nada más?  habló doña Rosa, la abuela, que también observaba al menor junto a su cama.
 He hecho todo cuanto ha estado en mis manos, creo que la escasez de recursos nos limita tanto a ustedes como a mi, para mejorar las condiciones del infante, lo siento  dijo el médico notándose resignación en sus palabras.
El silencio habló en la menesterosa habitación de aquella vivienda, mutismo que se prestó para que el doctor hurgara en todo el cuarto, silencio que logró resaltar la miseria de aquellas personas. En el centro de la habitación estaba una enclenque cama de fierro en la cual descansaba el niño, arriba sobre esta, colgado en la pared una imagen religiosa dentro de un marco amarillento, luego a un lado de la cama la abuela sentada en un sillón marrón oscuro, la tía estaba de pie. El facultativo sentado tomándole el pulso al menor, preguntó:
 ¿Y la madre?
 No sabemos dónde esta doctorcito, por lo general sale muy temprano y vuelve de noche...  la vieja disimuló, y sus ojos lastimados de tanto llorar, se constriñeron aún más. El hombre comprendió, no preguntó más.
 Me tengo que ir señoras, espero que mi presencia haya servido de algo, consultaré con mis colegas acerca de este caso  el médico guardaba sus instrumentos en su pequeño maletín , no pierdan las esperanzas, ya verán que todo mejorará.
La tía del menor, la señora Ernestina, acompañó al médico hasta la puerta y se despidió de él, cuando cerró la portón nuevamente la casucha se quedó casi a oscuras, la pequeña ventana no cumplía su cometido de iluminar el recinto, era como si deseara que la pena que se sentía en aquella morada no la supiese nadie.
 ¿Qué hacemos?  dijo Ernestina mirando a la abuela.
 ¡ No lo se ....!  habló la viejecita y ahogó un sollozo.
 ¡ Ella lo advirtió !  manifestó gravemente Ernestina  ella nos dijo que se lo llevarían.
La habitación estaba oscura, doña Rosa por recomendación de su vecina Gricelda estaba zahumando toda la casa, “ahuyenta los malos espíritus”, le había dicho su comadre, mientras hacía esto doña Rosa apretaba fuertemente su rosario, había perdido la cuenta ya de las veces que lo había rezado, la pobreza sólo le dejaba ese camino, ese y el de las hierbas. Don Armando las había visitado ofreciendo sus servicios de curandero, por que según él era brujería, un hechizo muy poderoso, no cobraba nada porque doña Rosa era su comadre, madrina de su hijo mayor y sentía por la familia un gran apreció, de todas formas aquel servicio era mucho más barato que recurrir a un especialista, doña Rosa seguía zahumando, rezando, llorando en silencio, su corazón se estrujaba más y más.
En el aposento de paredes enlucidas con barro, y echada en la única cama, se encontraba Mariana, la pequeña Mariana, Marianita como se le llamaba en el barrio, siempre en una silla de madera producto de una parálisis, ahora postrada en el camastrón, con un intenso dolor en sus piernitas y siempre preguntando por si mejoraría o no, siempre preguntando por su hermana Sorana.
 Dime, mamá, ¿qué dijo don Armando y por qué estas haciendo eso?
 Don Armando, me aseguró que con el remedio que te estoy dando, dentro de poco mejorarás, debes tener paciencia.
 ¡ Ay ! ¡ Ay ! ¡ Mamacita ! ¡ Otra vez me volvieron los dolores ! ¡ Siento como si me golpearan las piernas !
La madre se acercó a la niña y trató de calmarla tocándole el rostro, e inmediatamente se percató de que la frente sudorosa de la chiquilla hervía por la fiebre.
 ¡ Pero si estas volando en fiebre mi nena ! Espera, voy a colocarte unos paños fríos  la vieja dejó un momento a la niña y fue rápidamente hacia la cocina a traer compresas de agua tibia para intentar bajar la fiebre de la menor, y también a preparar el brebaje con las hierbas que le recomendó el curandero; sin embargo los sollozos de la Mariana continuaban y se escuchaban en la cocina; doña Rosa trataba de calmarla, pero...¿quién le brindaría fortaleza a ella?
 ¡ Ahorita voy hija ! ¡ Espera un poco !  hablaba la señora, mientras el agua hervía en aquella tetera, el sonido del agua al cocerse se sumaba a los lamentos de la menor  Debes estar tranquila hija, ya vas a ver como con esta medicina, se recupera tu salud, ya vas a estar mejorcita, ¿si?  habló tiernamente la mujer.
 Mi hermana, ¿dónde esta mi hermana?¿dónde esta Sorana?  preguntó la infante.
 Ha salido, ha salido, ya no te agites más, ya voy a mandar a buscarla, pequeña, ya no hables más que estás débil.
Así pasó la anciana al lado de la niña la hora siguiente, tratando de sosegarla.
La anciana esperó unos minutos más, en donde ni siquiera orando obtuvo quietud, cuando de pronto, abrió la puerta su hija mayor Ernestina, en un momento esa impresión la devolvió del mundo de los pensamientos, a la vez que le devolvió la fe.
 ¿Cómo esta Marianita mamá?
 Sigue igual, no hay mejoría con las hierbas que me recomendó don Armando, no lo sé...  la vieja no sabía como responder  busca donde sea a tu hermana, Sorana debe venir, Marianita pregunta mucho por ella...
 ¿En la hacienda?¿En la hacienda la busco? De seguro esta con él...
 No digas su nombre aquí, la sola mención de esa palabra, nuevamente apestaría esta casa...  dijo terminantemente la señora.
 La traeré mamá, solo déjame encargar mis hijos a la vecina y la busco  Ernestina volvió sobre sus pasos y salió de la casa. Doña Rosa volvió a coger fuertemente su rosario y empezó a rezar con más vehemencia.
Ernestina, se dirigió a la haciendo de los Gilberti, familia de la aristocracia lambayecana, descendientes de italianos, conocidos por sus extravagancias, muchos de sus miembros habían sido acusados de aberraciones sin nombre, y habían amasado gran fortuna producto de esclavizar, y explotar indios, negros y chinos en esta región.
La mujer anduvo un largo trecho por un camino de tierra, rodeado de cañaverales, toda esa inmensa extensión pertenecía a los Gilberti. Luego de una jornada a pie bajo el intenso sol lambayecano, Ernestina se encontraba frente a las rejas que rodeaban la casa - hacienda de los Gilberti. Golpeó la gran puerta de fierro y fue atendida, Gumersindo, el capataz la miró despectivamente y preguntó:
 ¿Qué quieres?¿Qué puedes buscar tu aquí? ¿Solicitas trabajo?
 Se que mi hermana ha sido vista varias veces por aquí  respondió Ernestina.
 ¿Y quién diablos es tu hermana?¿Es mi obligación saberlo?
 Disculpe  dijo entre dientes Ernestina  mi hermana es Sorana Santisteban, ¿la conoce usted?  habló la mujer.
 No
 De mi tamaño, pelo negro y más joven que yo
 ¡ Ah !  una sonrisa irónica se dibujo en su rostro  ¡ Esa !
 ¡ Sólo dígame dónde esta ! ¡Donde la puedo encontrar !  aquel sarcasmo la habían herido en lo más hondo.
 Mira, a mi me esta prohibido dar cualquier información acerca de lo que hacen o lo que no hacen los patrones, dónde están o con quién están, pero deseo ayudarte  siguió sonriendo  puedes preguntarles a los campesinos que ahorita deben estar laborando, ellos están pasando la acequia principal.
 Ahí la buscaré, ¡ miserable !
Ernestina caminó otro largo trecho, y se topó con un grupo de campesinos, a las cuales preguntó por su hermana, los hombres con cierto temor le dijeron que siguiera el sendero hasta los algarrobales; pero que tuviera cuidado.
Inconscientemente, sabía con quien estaba su hermana y por su cabeza pasaba la idea de qué estaba haciendo. Caminó sigilosamente se agazapó entre los espinosos matorrales y observó, a unos metros y cobijados a la sombra de unos algarrobos se hallaba su hermana, completamente ebria danzando alrededor de Adriano Gilberti, a la vez que recitaba extraños cánticos y reía desaforadamente, la escena era grotesca y de una forma extraña intimido a Ernestina.
Pronto Adriano se dio cuenta que lo observaban, Ernestina se hizo visible y gritó:
 ¡ Sorana ! ¡ Sorana ! ¡ Ya vamos a casa !
 ¿Quién eres tu mujer?  expresó con voz fiera Adriano.
 ¡ Soy hermana de Sorana y vengo a llevarla a mi casa, aléjate de ella, usted es una mala persona, es asqueroso !  habló Ernestina, no dejándose intimidar por el señor Gilberti.
 ¡ No te metas en mi vida, déjame aquí !  respondió Sorana, que casi no se podía mantener en pie.
La mujer avanzó y tomó por el brazo a Sorana, estaba decidida a todo, la jaló hacia donde estaba ella tan rápido, que Adriano no pudo tomar a Sorana por el otro brazo, Ernestina corrió y llevó con todas sus fuerzas a su hermana que no paraba de reír histéricamente. Adriano gritó:
 ¡ Mujer, mujer ! ¡ No me irrito si te la llevas o la ocultas, ahora es demasiado tarde, lo que ambicioné ya lo poseo, además ella vendrá otra vez hacia mi ! ¡¿Comprendes?! ¡¿Comprendeees?!
Más fuerte gritaba Adriano, y más rápido Ernestina llevaba a su hermana.
 ¿Qué has tomado?  preguntó Ernestina a su hermana.
 ¡ No lo se ! ja, ja, ja  rió exageradamente Sorana.
 No es alcohol, pero pareciera por tu forma de comportarse que si lo fuera, en fin llegando a la casa te bañas...
 ¿Quién quiere bañarse?  respondió la enajenada mujer.
 ¡ Claro que si ! ¿Sabes? Marianita te quiere ver  Ernestina esperó que con esa afirmación Sorana recupere la cordura.
 ¡ Marianita ! ¡ Marianita !  empezó a sollozar la mujer.
 ¡ Ya tranquilízate ! No te lo dije para que te pusieras así, ya vamos a llegar a casa.
Al llegar a la casita, encontraron a la abuela con los ojos llorosos, quien se alteró aún más cuando vio a su hija en ese estado.
 ¿Qué pasó?  preguntó la abuela.
 La encontré, parece que ha bebido, sin embargo se comporta como una loca, hay que llevarla a darse un baño  sugirió Ernestina.
 Si, será lo mejor  dijo la anciana.
Luego de un par de horas, Sorana se había bañado y estaba descansando, cuando despertó, preguntó por la niña y pidió verla, cuando la vio postrada, empezó a lloriquear.
 No debes llorar, de nada sirve eso  dijo estoicamente la pequeña.
 Hermanita, ¿cómo estás?  preguntó la mujer.
 Mira, ya me falta poco tiempo, lo sé  expresó la mujercita.
 No hables así Marianita  dijo Sorana
 Si, lo sé, pero te llamé porque tengo que decirte algo muy importante, me refiero a tu hijo  habló débilmente la niña, obligando a Sorana a acercarse más.
 ¿Qué pasa con mi hijo?  preguntó angustiada la madre.
 Ese tipo con el que andas, lo conozco, lo he visto, en mis sueños, lo veo  hablaba pausadamente la menor.
 No le hagas caso, Sorana  dijo la vieja , ella tiene mucha fiebre, esta delirando.
 Déjame decir lo que tengo que decir mamá, tengo que advertirle a mi hermana  habló lo más fuertemente posible , mis sueños me revelan muchas cosas, en la noche cuando cierro los ojos veo la figura de ese hombre venir desde muy lejos y toma la mano de tu hijo, coge la mano de Miguelito, juega con él, tu hijo le tiene confianza y se deja guiar; sin embargo lo conduce a la oscuridad. ¡ Y si tu no lo cuidas se lo llevará !  cuando terminó de hablar la mujercita se desvaneció.
A los dos días Mariana murió sumida en intensos dolores en las piernas, y con una fiebre imparable, que la hacía desvariar continuamente, sin embargo dejó una última advertencia para Sorana.
 ¡ Sorana ! ¡ Sorana !  gritó la abuela , tu hermanita quiere verte, esta muriendo, esta muriendo  dijo mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
 ¡ Dime hermanita !  respondió Sorana, a la vez que se acercaba a la cama para que no se esforzara mucho la pequeña.
 ¡ Cuidarte debes de ese Adriano, cuidarte debes de los que lo rodean, todos ellos quieren a tu hijo !  y al decir estas palabras, la niña expiró con un gesto de dolor y la mirada fija en su hermana.
Un día Sorana volvió a desaparecer, dejó solo a su pequeño Miguel, encerrándolo con llave. Doña Rosa reprendió a su descendiente por su conducta y le indicó que mejor era que ella tuviera a su cargo a Miguel, no obstante los cuidados el niño enfermó...
 ¡ Ernestina ! ¡ Ernestina !  grito Doña Rosa a su hija  abre la puerta, debe de ser tu hermana con la medicinas.
Efectivamente, Ernestina al abrir la puerta, vio a su hermana con algunos frascos, y con una expresión de pesadumbre en el rostro.
 ¿Cómo está?  preguntó Sorana.
 Sigue mal, hija, pero ¿qué has traído?  dijo la anciana.
 Estas medicinas me las recomendó el boticario, encontré en el camino al doctor Gil y mencionó que no eran contrapuducentes con el tratamiento que le estaba dando a mi hijo, y a lo mejor detenían la infección y los accesos de fiebre  respondió la mamá de Miguelito.
Las medicinas le fueron administradas al menor, como había indicado el boticario.
Los días pasaron y el vientre del pequeño comenzóse a hinchar a la vez que su fiebre aumentaba, el doctor Gil no encontraba una explicación, ni supo dar un diagnóstico adecuado para aquella afección, se mostró desconcertado, llegó a decir que no había nada más que hacer, sólo esperar.
Sorana vio que la vida de su hijo se iba, y no volvió a salir más de la casa de su madre, trató de olvidar las cosas que había hecho con Adriano Gilberti, intentó borrar a aquel hombre de su mente, pero a menudo cuando sentada en la silla junto a la cama de su hijo, la vencía el sueño, Gilberti aparecía ante sus ojos vestido con un desconocido traje, de extraño color, y le hacía recordar lo que ella juró, lo que ella prometió, la mujer trataba en vano de recordar que era, sin obtener resultados.
Miguel agonizaba, doña Rosa desesperada salió corriendo a buscar al sacerdote para que asista al menor en su hora final, y la hermana mayor, se ausentó a llamar a otros parientes para que de alguna forma ayuden a la familia en ese trance.
Era ya de noche, Sorana se permaneció sola, sumida en un abatimiento que no conocía límites, sollozaba sobre el cuerpo de su hijo, grotescamente hinchado, el pequeño apenas respiraba y de cuando en cuando se quejaba muy quedamente.
De pronto sintió que tocaban muy bajo la puerta, ella se sobresaltó y preguntó quien era, nadie respondió, nuevamente preguntó pero ninguna voz se oyó, la mujer se inquietó, se levantó, caminó unos pasos, trató de subir un poco la mecha de la lámpara para tener más luz, se dirigió a la puerta y la abrió.
 ¡ Buenas noches !  se oyó, apenas si se veía de donde provenía la voz. Sorana se asustó al advertir quien era el individuo que le hablaba.
 ¿Quién eres tu?  preguntó la mujer.
 No me digas que te has olvidado de mi, vengo de parte de Adriano, vengo por la promesa que nos hiciste, ¿si?¿Recuerdas ahora?  quien mantenía esa conversación con la mujer, era “El bufón” un enano camarada de Adriano, nadie conocía su verdadero nombre, nadie sabía nada de él, sólo se le veía en determinadas ocasiones en el pueblo.
 No recuerdo nada, y ¡ lárgate de aquí !  dijo aterrorizada la mujer, que elevó la voz para manifestar valentía. Su resistencia no sirvió de mucho, ya que el enano se escabulló y entró en la casa, la mujer trató de impedírselo, pero aquel ser se dirigió a la habitación de Miguel.
Cuando los vecinos y demás familiares llegaron, encontraron a Sorana, de cuclillas en el suelo, sus brazos tomaban el cuerpo de su hijo en la cama, el pequeño había muerto. Al despertar la mujer, sólo atinó a decir:
 ¡ No pude evitarlo ! ¡ Se lo llevó ! ¡ Se lo llevó !
Fin

La Revelación - Paúl Muro

Aquella extraña monomanía me condujo sin duda, al lugar donde estoy ahora.
Siempre había inquietud por la naturaleza y todo lo que representaba la vida, es así que me dedicaba en cuerpo y mente al estudio de los seres vivos; sin embargo al cumplir los quince años  fecha clave para una mujer  un suceso echó por tierra éste divertimento, y ahora se que selló para siempre mi futuro, así son los terribles designios del Dios Destino.
El mencionado acontecimiento fue la muerte de mi querido tío Robert, hecho que conmocionó a toda mi familia, perteneciente a la rancia aristocracia local. Los Gilberti de alguna forma parientes de los Morillo, perdieron el 11 de febrero de 1935 a uno de sus más jóvenes miembros y lo que es más grave, el óbito se dio en las más ignotas circunstancias, nunca se supo si fue un terrible accidente, un cruel asesinato o un suicidio pérfida y cuidadosamente premeditado.
Sin importar realmente cuál fue la causa del deceso de mi entrañable tío  que contaba al momento de su muerte con tan sólo veinte y siete años , el hecho que verdaderamente giró en trescientos sesenta grados mi vida, fue presenciar el amortajamiento de su cadáver, situación por demás prohibida para una niña de mi edad, pero que por lo imprevisto de la muerte del hermano de mi padre logré presenciar.
Mi tío mayor, Augusto Claudio  tan magníficamente vestido como un general romano  auxiliaba al cirujano para disimular en algo el horrible estado del maltrecho cuerpo de mi difunto familiar, la multiplicidad de laceraciones hacían dificultosa la labor del médico, el profundo olor del formol, la putrescencia de aquella carne sin vida, y el excesivo calor de aquel verano convertían a la estancia en un escenario extraído del Meguido.
No obstante la dureza del espectáculo, algo me obligaba a mirar y mirar, un velo de misterio emanaba de aquel acto, era como si dos membranosas y huesudas manos atenazaran mi rostro y lo dirigieran hacia aquella triste escena.
El sepelio de mi tío fue uno de los más solitarios que yo haya visto, su cadáver fue enterrado en el panteón familiar, la cristiandad no hubiera permitido jamás que aquel cajón fuera depositado en tierra sagrada, por contener el cuerpo de una persona sospechosa de haberse suicidado e involucrada en perfidias sin nombre, era el mal hablar de la gente.
Al terminar el entierro me dirigí a mis aposentos para reflexionar, comprendía que los últimos sucesos habían modificado mi pasión hacia todo lo bello y bien hecho, pues ahora me excitaba todo lo deforme y contrahecho; pero había algo más hondo, más poderoso, mi nuevo deseo era observar el proceso del amortajamiento, ver el rostro de los muertos descansando en su ataúd...deseaba, aunque parezca ilógico observar el rostro de la muerte.
Así decidida, apliqué todo mi interés en recorrer la ciudad y leer el periódico diariamente en busca de algún velorio, sobre éste último punto no había ningún problema, ya que nosotros siempre comprábamos “La Voz”, ahí podía yo ojear el obituario y saber en que lugar se efectuaría algún sepelio.
Mi primer sepelio fue el de una pequeña niña, de nombre Zoraida, muerta por coincidencia en forma similar a la de mi tío. La infante, por lo que pude saber había sido destrozada por un camión, lo que hizo muy dificultoso “reconstruir” su cadáver y presentarlo en forma humana ante los demás, sus padres no quisieron cerrar la tapa del féretro, deseaban que todos se despidieran de su angelito.
Me conmovió aquella visión, la violenta muerte no había hecho posible que sus seres queridos cierren los ojos de la mujercita, al acercarme al ataúd observé unos ojos negros, nerviosos, abiertos y sin vida, pero a la vez despiertos, su rostro parecía una máscara colocada sobre un cuerpo surcado por laceraciones y costuras.
La fija mirada se quedó en mi mente muchos días, no pudiendo dormir, la pequeña era personaje infaltable en mis pesadilla, me llamaba, me invitaba a ser participe de sus juegos; sin embargo un ambiguo sentimiento de atracción y rechazo me dominaba, a la semana siguiente acudí a mi segundo sepelio, esta vez el rito sería en la calle Real, una de las principales vías de la ciudad.
Entré, saludé tímidamente a la familia y me aproximé al cajón, al observar por la tapa aún abierta de la caja pude ver un rostro viejo, atormentado por el dolor, mucho más oscuro de lo que era en vida, la Señora Ramos había padecido una penosa enfermedad, sus manos estaban entrelazadas agarrando entre sus blanquecinas manos un rosario, señal de fe y devoción hacia algo inexistente.
Alrededor, la familia sollozaba quedamente, no obstante ese día no alcancé observar el semblante de la muerte en aquella morada dominada por la letanía.
Descansé, descansé mucho aquella fría tarde de mayo, desde la ventana de mi habitación podía ver, allá a lo lejos el panteón familiar, siempre lo había tomado como un viejo legado, que representaba el poderío  ahora disminuido  de mi linaje, sin embargo desde el deceso de mi tío y de la aparición de mi extraña monomanía, lo sentía como algo vivo, ¡ que paradoja ! Algo que resguardaba los muertos, ¿podría poseer siquiera un hálito de vida?
Muchos fueron los ritos fúnebres a los que asistí, ya sea sola o con mis familiares, fueron tantos, que mis parientes se empezaron a preocupar, no pocas personas les habían manifestado su intranquilidad, ya que incluso me quedaba a acompañar a los deudos hasta muy tarde, y sin embargo nada extraño apareció, ¿qué buscaba? Con seguridad no lo se.
Una tarde me obligaron a permanecer en cama, me había debilitado mucho por hacer caso a mi locura de observar el mayor tiempo a los difuntos en sus sepulcrales camas, mi madre me dijo que no quería usar la fuerza conmigo y mi señero padre se mostró aún más serio que de costumbre con mi estado.
Fue en esas tardes de fiebre, debilitamiento y calmantes que presencié una aparición. Me había aproximado a la ventana para ver la tenue luz del sol de esa fría tarde, cuando de pronto vi cruzar la gruesa reja que da entrada a nuestra villa a un hombre vestido impecablemente de negro, a los casi trescientos metros de distancia no pude ver claramente su rostro, pero se dirigía con paso firme hacía el mausoleo de los Gilberti.
La desesperación me venció, ¿quién sería aquel hombre y cuál era su intención? Me puse mi pequeño saco e intenté salir por la puerta de mi dormitorio, más estaba con llave, forcejee un pequeño lapso de tiempo, y luego desesperada escapé por la ventana de mi habitación, mi cuerpo se deslizó suavemente por las enredaderas, y corrí a investigar quién era aquel caballero, y qué misteriosa intención tenía con nuestro panteón particular.
A cada veloz paso de mis piernas, mi frágil corazón parecía salir de su caja protectora, amenazando con abandonarme. Al estar muy cerca empecé a comprender de quien se trataba, más no podía estar completamente segura. A escasos pasos el hombre había entrado ya a la cripta familiar, dos minutos después y con el pulso aceleradísimo también ingresé yo, pero ahí en ese mohoso recinto no había nadie, sólo la veintena de desgastados ataúdes de mis antecesores. En aquel desconcierto, oí la quejumbrosa reja de la entrada abrirse nuevamente, me sobresalté, volteé y eran mis padres, quienes estaban muy furiosos con mi evasión, de inmediato me cubrieron con una manta sacándome de ahí, exaltados expresaron que ese no era lugar para una bella muchacha como yo, empezó a llover y nuestro paso se hizo más rápido hacia nuestra casa.
No supe como explicarles porqué me encontraba en ese lugar, pero pude ver el desconcierto y la preocupación en sus rostros, parecía leer en sus miradas entrelazadas: ¿qué harían conmigo? Y sin embargo mi tío Robert tan vivo como lo vi de espaldas, desapareció en aquella cripta.
Mi recuperación se debió a los cuidados de mis padres y a la paciencia de mi ama de llaves, Clementina, mujer que por siempre había servido a los Gilberti y que siempre repetía que éramos la familia con más abolengo de la ciudad.
Julio fue el mes que estuve totalmente recuperada; pero sería también el mes de mi dieciseisavo cumpleaños. Luego de la celebración y de una fiesta familiar donde nada faltó, recuperé el tiempo que había faltado a la escuela, haciendo mis tareas e interesándome por la poesía, aquel entretenimiento de gentes sensibles y profundas.
Dos meses después murió la vieja Aracely Sánchez, una modesta mujer de la calle San Roque, que murió en la absoluta miseria y abandono; sin embargo gracias a la solidaridad de los vecinos se le pudo comprar un muy modesto ataúd, al llegar a aquella vetusta vivienda, con paredes de adobes carcomidos por la humedad, la gente allegada a la difunta se desconcertó por mi presencia, no podían comprender el interés de una aristócrata en aquella vivienda de la clase baja.
Sin embargo esa noche sería mi condena, no había un ambiente especial en aquel velorio, no era diferente que las anteriores reuniones adoratorias a los muertos a las cuales había ido. Me acerqué al cajón, luego de tanto tiempo sentí nuevamente aquel influjo y magnetismo dirigido por Osiris y sus cuarenta y dos demonios asistentes, muchos minutos transcurrí con la mirada fija en aquel ser exangüe. Tanto miré y miré que de pronto ocurrió lo que no debiera haber sucedido, ¿ a qué deidad ofendí con mi grosero comportamiento ? ¡Los ojos de la vieja se abrieron inmensos y me miraron tan fijamente como yo los contemplaba! ¡La enajenación tomó mi alma y proferí un alarido de horror, un alarido de muerte! Inmediatamente la gente se arremolinó en torno a mi, tratando de tranquilizarme, sentí dos brazos sujetarme con vehemencia, pero aún no había acabado mi éxtasis, empecé a gritar: ¡Abrió los ojos, abrió los ojos ! ¡Mírenla! ¡Mírenla! Los parroquianos se sintieron más consternados con mis palabras.
Minutos después llegaron mis padres acompañados con un doctor, el señor Carrizales, que automáticamente aplicó un potente tranquilizante directamente en mi vena.
Al despertar estaba en un asilo de locos, “que triste destino de los Gilbertí” oí decir a mi madre tras la puerta de mi habitación, yo apenas podía mover algún músculo de mi cansado cuerpo, pero, ¿había encontrado lo que tanto buscaba? ¿ Había visto el rostro de la muerte ? ¿ Esa seria su manifestación ?
El tiempo transcurrió y recibí curiosas visitas de parientes vivos y parientes muertos, ¿había traspasado una prohibida puerta que nunca debió ser aperturada? O ¿Sería el resultado de mi juvenil demencia ? Los doctores cada vez se sentían mas desesperanzados con mis declaraciones.
Creo que la última vez el anestésico fue muy potente...y ahora estoy en esta angosta caja, con un olor pestilente que me envuelve, y con una blanquecina tela acolchada cubriendo el interior de este presente de los vivos a los muertos...ellos no desean que nosotros regresemos, temen a los muertos, los difuntos tomamos otra forma cuando fallecemos...¡Tenemos otra personalidad!...Alzo mi vista y veo un rostro candoroso observándome con curiosidad y temor; más aún, el miedo también se apodera de mi, ¡No! ¡No! ¡Un brazo cierra la tapa de mi ataúd!
Fin.